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toros. El aguardiente, costeado por colecta, se consumió sin
medida y en la última noche, mientras ardían dos castillos de
pólvora, la multitud achispada coreó vivas al Libertador, a los
ejércitos patriotas y al alcalde.
Ella los vio desde su balcón revestido con telas y fl ores; más
tarde en el salón congestionado de velas chorreantes, donde
sobre los cortinajes, jarrones y cornucopias pintados en los
muros relucían las nuevas colgaduras de fi lipichín encanado, el
alcalde dio comienzo al baile invitando a la dueña de casa que no
pudo negarse a acompañarlo en la conocida danza del Caracol...
siguieron luego el baile del Tío y la Sobrina, y el del Sase; ella, cada
vez más ligera, alegre, se fue dejando llevar... cuando vino el baile
del Molinillo, acompañado de la conocida seguidilla:
Todo lo que se quiere
se facilita
por las causalidades
de una viudita,
jóvenes y viejos corearon el estribillo:
¡anda Juanillo,
no hay cosa más polida,
que el molinillo! 108
Sudorosa y arrebolada, mareada por las volteretas y por
las mistelas que las negras repartieron acuciosamente y
consumieron con disimulo, no quiso bailar más. Se instaló
en el estrado con las señoras mayores y a la medianoche
dirigió el servicio del abundante refresco en que se ofrecieron
empanadas de pescado, pasteles de pavo, frituras variadas,
colaciones de frutas, naranjadas, horchatas, aloja y limonada,
además de un cacao tan espeso como para reparar las fuerzas
de los bailarines; durante toda la noche sintió sobre su nuca la
mirada negra de los ojos negros de Bautista González.
108 Juan Antonio Zamacola, Elementos de la ciencia contradanzaria, Madrid, 1796.
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