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Habían pasado ya veinte años, pero en su baúl aún se
mezclaban los rencores con las olandillas y los rasos, y las
lágrimas con piezas de puntibies y cintas de aguas compradas
para coserle unos vestidos a María de los Dolores. Entre
un pañuelo grande de cholete fi no estaban los zarcillos de
oro y corales, regalo que Bautista le trajo de Mompox el año
pasado... con ocasión de ese viaje, como prenda de pasión
y contra para el mal de ausencia, habían intercambiado un
ramillete de sus vellos íntimos en inconfesable arrebato que
todos terminaron conociendo cuando pasó a ser parte de la
indagatoria a Antonio Navarro, el socio en esa excursión 84 .
Cada día de separación fueron dos de tormento y al regreso
el desborde del pecado, la obsesión por el musculoso cuerpo
del jinete, intuido entre las sombras de su alcoba siempre
cerrada, reconocido por las manos y la boca sin haberlo visto
jamás.
¿Debió negarse esa única felicidad? Sí.
¿Hubiera podido hacerlo?
84 Causa, f272r.
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