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ofi cio que había desempeñado veinte años atrás y conocedor
de los problemas que se ganaría al encargarse del juicio de
adulterio, el 4 de enero se declaró impedido y pasó el asunto a
Enrique Prada, alcalde ordinario de segundo voto. Motivó su
impedimento en que Juan Bautista González, además de ser
su sobrino carnal, se declaraba su enemigo. La responsabilidad
que caía sobre Prada en su calidad de juez lego era tan
compleja que quizá deseó cualquiera de los impedimentos
establecidos por la ley para ejercer como juez: ser loco, fatuo,
mudo, sordo, ciego, pródigo, enfermo habitual o mujer, con
tal de evadir el cúmulo de problemas que veía venir. La natural
avidez pública ante los delitos “contra la castidad” se había
exacerbado por ser todos los actores personas de fortuna y
abolengo, pertenecientes a la “nobleza” local, en usufructo de
privilegios desde muchas generaciones atrás.
El adulterio, cuestión de fondo, se agravaba por la cercana
relación entre las familias de los acusados y por un parentesco
que dentro del concepto de familia extensa se consideraba
cercano. ¡Al fi n y al cabo, todos los blancos de Girón eran
primos! La permanencia del niño junto a la madre hacía
crecer la tensión existente pues, como lo expresara Miguel
Valenzuela, “...en todos los tiempos ha habido adulterios:
pero siempre, han procurado disimularlos los adúlteros. Aquí
por el contrario uno y otro se empeñaron en publicar su
impunidad, el adúltero jactándose en las tertulias y corrillos
y ella quedándose a parir en su propia casa, en medio de
su familia, y criando a sus pechos el fruto de su infamia, a
vista de todo el mundo, para que todos supieran su heroica
resolución...” 90 .
La sociedad, representada por el marido ofendido, pedía
tapujos, reclamaba engaños. La sinceridad de Micaela fue un
desafío que bien podía refl ejar el desequilibrio originado por
una pasión amorosa, ser explosión del rencor acumulado en un
matrimonio infeliz o, quizá, la única forma posible de conseguir
90 Causa, f432r.
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