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cuando por la apelación se había trasladado a la capital le
causaba toda clase de incomodidades, tormentos y desazones
el sentir que sus asuntos eran comidilla diaria entre los
abogados y seguramente entre los escribanos.
Tal vez por ello su respuesta trasluce un debilitamiento del
acusador, que unas veces defi ende el honor familiar, otras la
moral pública y otras la dignidad de la justicia.
Si yo pudiera —dice— tratar esta materia con la
serenidad que lo haría un mercenario: si yo pudiera leer
los autos sin conturbarme a cada paso por la desgraciada
suerte de mis inocentes hijos, labrada por su propia
madre; el horroroso escándalo que ha padecido Girón,
los pueblos inmediatos y varios otros muy distantes, yo
me empeñaría en rebatir parte por parte cuanto se alega
de contrario para obtener la impunidad de un crimen
que por su circunstancia no tiene igual en los archivos
de aquella Provincia, ni en la tradición de nuestros
mayores allí... cuantas veces he tomado el proceso para
leerlo, otras tántas se me ha caído de las manos por un
movimiento insuperable propio de la indignación que
causa ver usar del lenguaje de la justicia para proteger la
iniquidad...
Más adelante expresa su dolor de marido agraviado:
“..Para desarmarme afectó arrepentimiento, yo me condolí,
la propuse reunirnos en otro lugar distante del que había sido
teatro de su vergonzosa tragedia; pero no pudiendo separarse
del objeto de su lascivia, prefi rió mantenerse en su amistad...”,
e inmediatamente se defi ende de la acusación de infi delidad
a la patria “…con que se me ultraja... yo demostraría mi
patriotismo no de palabras sino de hechos”, apoyándose en
haber sido elegido por la Asamblea Electoral de toda una
provincia representante de la nación “.. por mi opinión y
conducta…” 125 .
125 Causa, f432r.
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