julio - LiahonaSud
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Bienvenidos a casa<br />
Obispo Keith B. McMullin<br />
Segundo Consejero del Obispado Presidente<br />
"Tengan fe en Cristo, confíen en Él, vengan a Él, síganle... Paso a paso, el<br />
camino se irá desplegando ante ustedes hasta que... vuelvan al lugar<br />
donde deben estar".<br />
Mis queridos hermanos y<br />
hermanas, al acercarse<br />
esta conferencia a su fin,<br />
mis pensamientos se dirigen a los<br />
que se sienten solos, temerosos o<br />
que han perdido el camino. Si ustedes<br />
o alguien que conozcan "se<br />
encuentra entre las sombras"<br />
(Gordon B. Hinckley, "Los conversos<br />
y los hombres jóvenes", Liahona,<br />
<strong>julio</strong> de 1997, pág. 55), ¡por favor,<br />
escuchen!<br />
La vida terrenal se puede comparar<br />
al trayecto del viajero que se<br />
dirige de regreso a su casa. La distancia<br />
le parece larga, los minutos<br />
lentos y los sucesos del día prolongados<br />
y tediosos. Sin embargo, al fin<br />
comienzan a divisarse lugares conocidos.<br />
Pueden ser colinas o valles,<br />
paisajes campestres o elevados edificios,<br />
una atestada autopista o la<br />
tranquila calle de un vecindario.<br />
Sea cual sea ese lugar, el ambiente<br />
conocido hace acelerar el paso del<br />
viajero, vigoriza su cansada alma y<br />
le hace experimentar de nuevo agradables<br />
sentimientos de expectativa y<br />
de paz. Por fin ha vuelto a casa.<br />
En nuestro ocupado y bullicioso<br />
mundo, el trayecto de regreso a casa<br />
se repite a diario en la vida de millones<br />
de personas. Si miramos con<br />
detención, podemos aprender<br />
mucho acerca de la vida terrenal de<br />
ese hecho cotidiano. Una cosa es<br />
segura: cometeremos un error colosal<br />
si emprendemos este viaje terrenal<br />
sin seriedad y si tomamos<br />
cualquier camino sin pensar adonde<br />
conducirá. Como dijo un amado<br />
Apóstol:<br />
"En verdad, de todos los errores<br />
que los mortales podamos cometer,<br />
el más grande es el de no comprender<br />
o no seguir el plan de salvación<br />
de Dios, i No hay error más grande<br />
ni consecuencias más trascendentales!"<br />
(Neal A. Maxwell, "El gran<br />
plan del Dios eterno", Liahona, <strong>julio</strong><br />
de 1984, pág. 31).<br />
El viajero que llegará a salvo a su<br />
destino comprende correctamente y<br />
acata cuatro cosas, a saber: la eternidad<br />
de la existencia, la naturaleza<br />
del pecado, la belleza del arrepentimiento<br />
y el poder de la Expiación.<br />
La vida es más que materialismo.<br />
Antes de venir a esta tierra, vivimos<br />
en la presencia de Dios. Su cielo era<br />
nuestro hogar. Cada uno de nosotros<br />
es hijo o hija espiritual de El y<br />
Él es nuestro Padre Celestial (véase<br />
Abraham 3:23-25; Job 38:4-7;<br />
Jeremías 1:5). Gracias a la restauración<br />
del Evangelio de Jesucristo,<br />
sabemos que el nacimiento ha sido<br />
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señalado por Dios y que es un paso<br />
esencial de nuestra trayectoria<br />
eterna. Como dijo el Profeta del<br />
Señor, el presidente Gordon B.<br />
Hinckley:<br />
"La realidad de toda vida es que es<br />
eterna. Esa es la gran y notable verdad.<br />
Hemos venido a este mundo<br />
por un propósito, bajo un plan<br />
divino; y cuando concluyamos esta<br />
vida, iremos a algo que será mejor, si<br />
vivimos dignos de ello" (Sesión de<br />
líderes del sacerdocio, conferencia<br />
regional de Charlotte Carolina del<br />
Norte, 24 de febrero de 1996; cursiva<br />
agregada).<br />
Sin embargo, la naturaleza del<br />
pecado hace de este viaje terrenal<br />
una tarea difícil. El apóstol Pablo<br />
escribió:<br />
"También debes saber esto: que en<br />
los postreros días vendrán tiempos peligrosos.<br />
"Porque habrá hombres amadores<br />
de sí mismos, avaros, vanagloriosos,<br />
soberbios, blasfemos, desobedientes<br />
a los padres, ingratos, impíos,<br />
"sin afecto natural, implacables,<br />
calumniadores, intemperantes, crueles,<br />
aborrecedores de lo bueno,<br />
"traidores, impetuosos, infatuados,<br />
amadores de los deleites más<br />
que de Dios,<br />
"que tendrán apariencia de piedad,<br />
pero negarán la eficacia de ella;<br />
a éstos evita" (2 Timoteo 3:1-5; cursiva<br />
agregada).<br />
Por motivo de nuestras flaquezas<br />
y vulnerabilidad, el pecado viene a<br />
ser parte de la jornada de cada viajero.<br />
Es la consecuencia del estar en<br />
el crisol de la ley, de la oposición y<br />
del albedrío (véase Alma 42:17-24;<br />
12:31-34; 2 Ne. 2:11, 15-16,<br />
25-27). "Y al que sabe hacer lo<br />
bueno, y no lo hace, le es pecado"<br />
(Santiago 4:17).<br />
Además, no importa cuan buenas<br />
sean nuestras intenciones ni lo vigilantes<br />
que seamos, el viaje nos hará<br />
padecer tentaciones. Ni siquiera el<br />
Salvador se libró de ellas, y las tentaciones<br />
que él sufrió al comienzo<br />
de Su ministerio son representativas<br />
de las que nos acometen a nosotros.<br />
Refiriéndose a esas tentaciones —la<br />
de convertir las piedras en pan, la<br />
de echarse abajo desde el pináculo