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p. ángel peña oar san juan macías lima – perú - Dios te llama

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mujer, ¿de dónde lo sacaré si no le <strong>te</strong>ngo? Vuelva mañana que yo enviaré<br />

a casa de un amigo por el manto”.<br />

No hubo remedio de quererse ir la mujer, porfiando que le diese el<br />

manto. El siervo de <strong>Dios</strong>, consolándola, le dijo: “Pues espere su Merced<br />

que yo voy a la celda a ver si <strong>Dios</strong> me da algo con que poder remediarla”.<br />

Esperó la mujer y dentro de breve rato salió el siervo de <strong>Dios</strong> con un<br />

manto nuevo en las manos y, dándoselo a la pobre, la despachó consolada<br />

y con<strong>te</strong>nta, diciéndole: “Agradézcaselo a <strong>Dios</strong> que es el que la ha<br />

socorrido” 73 .<br />

Un día fue a su antiguo amo Don Pedro Jiménez Menacho para que<br />

le prestara un burrito para recoger ropa y alimentos para sus pobres. El<br />

señor Menacho le pidió que rezara por su familia y le regaló el burrito.<br />

Es<strong>te</strong> burrito fue famoso en todo Lima, pues, después de haber acompañado<br />

a fray Juan varias semanas a recoger cosas para los pobres, pudo<br />

manejarse él solo.<br />

Muchas veces iba solo el asnillo a los mandados sin más guía ni<br />

seguro que el de <strong>Dios</strong>, ni más gobierno que el freno de la obediencia. Iba<br />

derecho a las casas a que le enviaban sin trocar una por otra, cargando<br />

lo que el siervo de <strong>Dios</strong> pedía por un papel que llevaba entre la albarda y<br />

la cincha, y volvíase al convento sin que le faltase cosa, ni en el camino se<br />

le atreviese ninguno por verlo solo, que no es el menor prodigio.<br />

Adonde más de ordinario solía enviar al asnillo era a las casas de<br />

Pedro Jiménez Menacho y Andrés Martín de Orellana, en el barrio de <strong>san</strong><br />

Lázaro... Entraba el asnillo en la casa de Pedro Jiménez Menacho y<br />

cargándole de algunos cuartos de carne, para que el siervo de <strong>Dios</strong> diese<br />

a los enfermos, muchas veces no había remedio de hacerlo salir ni mover<br />

de un lugar; an<strong>te</strong>s bien, con los ademanes que hacía, daba a en<strong>te</strong>nder que<br />

aún no estaba despachado, porque con las manos batía los ladrillos de la<br />

sala como que daba señas de otra cosa y, como ya <strong>te</strong>nían muchas<br />

experiencias de esto, le hacían buscar la albarda hasta que, hallando el<br />

papel que enviaba el siervo de <strong>Dios</strong> y, poniéndole donde iba el papel, el<br />

dinero que pedía, sin otra diligencia los dejaba y salía de la casa derecho<br />

al convento... Algunas veces, Pedro Jiménez se escondía en lo más<br />

retirado de su casa y entraba el asno en la casa y del patio a la sala y de<br />

ésta por las cuadras y piezas de toda ella se iba entrando hasta la alcoba<br />

de la misma cama donde Pedro Jiménez se escondía, cubierto de cortinas.<br />

73 Meléndez, p. 410.<br />

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