La política está en otra parte

mediodía del día siguiente. Todos aplauden, como suelen hacerlo cada
vez que finaliza una asamblea. Aplausos que le brindan legitimidad a la
decisión tomada. Contemplo al hombre petiso. Debe de tener unos
cincuenta años, es desgarbado, viste una campera de cuerina, negra y
gastada, que muy probablemente ha cubierto otros cuerpos en el pasado.
Me echa una mirada llena de indulgencia y remisión. En mis buenas
épocas de militante revolucionario, cuando cada mañana contaba los días
que restaban para alcanzar el poder, nunca jamás un hombre de esa
catadura hubiese tenido la buena fortuna de imponer cualquier
propuesta; sólo eran dignos de atención los tipos de verbo seguro y
planta imponente. Contemplo el gentío, ahora dispersándose, y me
pregunto si esas personas, sus historias, sus anhelos, están comprendidas
en el melindroso Manifiesto a la Nación que han elucubrado el escritor
Mempo Giardinelli y uno de los hijos de Jacobo Timerman, Héctor, y en
cuya juiciosa lectura cometí la estupidez de gastar el tiempo días atrás.
“Porque somos gente respetada en nuestros respectivos medios”, dice el
manifiesto por una Alternativa Argentina. “Porque algunos, incluso,
gozamos de respeto en todo el país y aun fuera de la Argentina. Somos
escuchados y no somos irresponsables. Y somos decentes. Y hay muchos
como nosotros. Se trata de juntarnos para sentar las bases de la
refundación de la Argentina (...) Convocamos a gente decente y
respetada. Sin dobleces. Paradigmas de honestidad como los hay en toda
la Argentina. No importa si son notables o mediáticos, importa que sean
serios y honestos (...) Con gente así queremos trabajar para sentar las
bases de un país diferente. Con gente que, como nosotros, trabaja con su
intelecto y con su industria por un país decente, y como nosotros paga
impuestos y no ambiciona protegerse bajo el presupuesto estatal (...)
Quienes firmamos este Manifiesto somos personas libres, independientes
y serias (...) Somos personas que vivimos de nuestro trabajo, que
declaramos no tener deudas indignas o vergonzantes y estar al día con
nuestros compromisos fiscales. No tenemos condenas cumplidas ni
pendientes, ni estamos procesados en causas judiciales”.
Vuelvo a pasar la vista por esa muchedumbre rota, desflecada, y me
ataca la pena. No, no podrán formar parte del majestuoso proyecto de
Timerman y Giardinelli. Porque no gozan de respeto alguno; no son
escuchados; no son libres pues viven sumergidos en el desdén y la
indigencia más abyectos; no trabajan con el intelecto sino con las manos,
con los brazos; no pagan impuestos porque carecen de pertenencias; no
viven de su trabajo porque no lo tienen; sobre sus espaldas pesan deudas
indignas y vergonzantes con el almacenero, con la carnicería de la
esquina; muchos están procesados en causas judiciales por haber caído
en la insolencia de cortar una ruta con el propósito de pedir pan y
empleo. No son, en fin, vecinos ilustres. Pero son millones.
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