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victoria de la selección arg<strong>en</strong>tina <strong>en</strong> Stuttgart, dos a cero contra<br />
Alemania; el Parlam<strong>en</strong>to acaba de recibir los proyectos de las leyes de<br />
quiebras y subversión económica. M<strong>en</strong>em advierte: “Soy el único que<br />
puede sacar al país del caos”.<br />
Estoy, desde luego, <strong>en</strong> otro mundo, donde los guiños, las complicidades,<br />
las aflicciones, los deseos, <strong>está</strong>n amarrados a la urg<strong>en</strong>cia, a la inmediatez,<br />
a la vehem<strong>en</strong>te necesidad de construcción, <strong>en</strong> el s<strong>en</strong>tido más lato de la<br />
palabra. Estamos. Todos los que nos hemos s<strong>en</strong>tado a la larga mesa, de<br />
cara a un plato de guiso de arroz y verduras, un trozo de pan fresco, un<br />
vaso de agua para compartir. Lo que puedan opinar los políticos, les<br />
importa un bledo; no hace falta que se vayan, basta con ignorarlos. El<br />
tema de conversación no es otro que los empr<strong>en</strong>dimi<strong>en</strong>tos del MTD: la<br />
panadería, la bloquera, el taller de herrería; también, claro, la morosidad<br />
de los funcionarios de <strong>La</strong>nús, que esgrimi<strong>en</strong>do excusas vagas,<br />
desprovistas de fundam<strong>en</strong>to, no hac<strong>en</strong> más que retardar, una y <strong>otra</strong> vez,<br />
el pago de los paupérrimos ci<strong>en</strong>to ses<strong>en</strong>ta pesos correspondi<strong>en</strong>tes a los<br />
Planes Trabajar. Nadie le presta at<strong>en</strong>ción al televisor hasta que, de<br />
rep<strong>en</strong>te, la dulzarrona voz de Santo Biassati dice: “Ultimo mom<strong>en</strong>to. Una<br />
avioneta se estrelló contra un edificio <strong>en</strong> la ciudad de Milán, Italia. Se<br />
podría tratar de un at<strong>en</strong>tado. Hay cinco muertos”. Un chico de pelo y ojos<br />
azabache, la boca atorada de pan y guiso, dice con timidez: “¿<strong>La</strong>d<strong>en</strong>?”. Y<br />
vuelve a los bocados.<br />
* * *<br />
Al cabo del almuerzo, <strong>en</strong> tanto algunos regresan al piquete, me quedo<br />
con Carlos y Luis <strong>en</strong> un rincón de la guardería. Carlos es retacón, grueso,<br />
panzón, de pellejo curtido por los años y la intemperie. En su cara,<br />
redonda, <strong>en</strong>marcada por una barba alambrina, son los ojos azules,<br />
movedizos y cargados de picardía, lo que sobresale. Luis, <strong>en</strong> cambio, es<br />
un morocho robusto, mirada melancólica y abatida, palabra queda, casi<br />
susurrona. Carlos se echa a hablar sin que medie pregunta o palabra. El<br />
último laburo bu<strong>en</strong>o que tuve, cu<strong>en</strong>ta, fue hace tres años, <strong>en</strong> Telefónica.<br />
T<strong>en</strong>ía un camión y hacíamos trabajos. Yo, desde los doce años siempre<br />
laburé. Nací <strong>en</strong> Sarandí. Mi viejo era un laburante, siempre t<strong>en</strong>ía<br />
transporte, que un camioncito, que una camioneta. Un trabajador<br />
autónomo. En el año 1970, más o m<strong>en</strong>os, tuvo un taxi, le duró hasta el<br />
nov<strong>en</strong>ta y pico, él ya estaba viejo, y con todos los remises se terminó de<br />
fundir. Todavía <strong>está</strong> vivo. Yo t<strong>en</strong>go 45 años. Mi viejo tuvo una<br />
particularidad, siempre me decía: este Estado nos va a cagar a todos. <strong>La</strong><br />
guita él nunca la puso <strong>en</strong> la caja de jubilación, logró juntar 73 mil dólares<br />
y los puso <strong>en</strong> el Hogar Obrero. Lo cagaron. Mi viejo, hoy, <strong>está</strong> arruinado.<br />
Otra vida. Yo, <strong>en</strong> mi juv<strong>en</strong>tud, siempre tuve laburo como para poder estar<br />
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