La política está en otra parte

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A Darío Santillán, asesinado por la policía de la provincia de Buenos Aires el 26 de junio de 2002 en el hall de la estación Avellaneda del ferrocarril. 2
A modo de prólogo La idea de abandonarme a la escritura de este libro cobró vida en las primeras semanas de enero, luego de los episodios de diciembre del año 2001, es decir, las muertes, la presurosa y melancólica fuga de Fernando De la Rúa, el quiebre brutal del obsoleto sistema de representatividad política; el hastío, en fin, hacia toda forma tradicional de la política. Eran días cargados de incertidumbre y desazón. Un país desastrado en manos de funcionarios y dirigentes politicos y sindicales afectos al arte de la sofistería. La magnitud y complejidad de los hechos que habían ocurrido tornaba difícil hallar respuesta a la infinidad de interrogantes que, a cada hora, a cada instante, ocupaban el cráneo de decenas de miles de argentinos. La lectura de revistas y periódicos, plagados de análisis desprovistos de sustancia y nervio, no hacía más que magnificar la sensación de vacío y desabrimiento. La desinformación, avivada por la hipocresía y la torpeza intelectual de los grandes medios de comunicación, era el lugar común. Una realidad irrefutable que algunas organizaciones de piqueteros supieron resumir en una consigna que, entonces, podía observarse en muros y paredes del centro porteño y del gran Buenos Aires: “El gobierno nos mea y los medios dicen que llueve”. Experimentaba la sensación de encontrarme en un páramo, a la intemperie, en tanto un torrente de hechos, situaciones y desplazamientos, en ocasiones subterráneos, pero a todas luces dignos de atención, corría a mi lado con formidable intensidad. A través del correo electrónico, llamados telefónicos y esporádicos encuentros, comencé pues a tejer lazos con movimientos y organizaciones de trabajadores desocupados, de campesinos, de agrupaciones sociales que, distantes, muy distantes de los influjos de los partidos políticos, daban la impresión de haber comprendido con rara sabiduría los sucesos de diciembre y, por tanto, habían resuelto prescindir de intermediarios ubícuos y tomar el curso de la historia en sus manos. Del intercambio de mensajes y conversaciones floreció una férrea relación con Pablo, del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Lanús. De este MTD, encuadrado dentro de la Coordinadora Aníbal Verón, fueron varios y profundos los principios que excitaron mi interés. Me decía Pablo en un correo electrónico: “Tenemos como características la horizontalidad, la autonomía y la democracia directa. Horizontalidad, porque en el MTD no existen puestos jerárquicos, no hay presidentes, ni secretarios generales, etc. Sí coordinadores de tareas. En el MTD todos tenemos los mismos derechos y obligaciones, nadie está por encima de otro. Autonomía, porque somos una organización que no responde a los intereses de ningún partido político, grupo religioso, central sindical u otro 3
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