La política está en otra parte

que valía la pena enfrentarlo. Ahí se rompió el miedo. A nosotros, se
suma Alberto a la charla, cuando tomamos La Matera, nos echaron
encima a los vándalos. Nos mandaron primero a tratar de romper las
asambleas y cuando vieron que era muy fuerte esa asamblea,
directamente prendieron fuego a la casa de un compañero. Después hubo
un apriete armado donde veinte tipos le pegaron a tres compañeros; los
tipos armados, pelando revólveres y todo. Muchos compañeros fueron
procesados por coerción violenta y pesa sobre ellos la extorsión de que si
participan en los cortes, les activan la causa. Pero conseguimos las tierras
y ahora el asentamiento tiene unas tres mil quinientas familias, más de
doce mil personas organizadas de manera democrática, con un delegado
por manzana que lo elige la gente en asambleas.
Ya nadie repara en mi presencia. Se han puesto a charlar entre ellos con
vivacidad. Luis me acerca un mate. Un chico de diez, once años, tiza en
mano, escribe en una pizarra destinada a acoger todo comentario: “Lucho
por pan y dignidad”. Neka, mujer vigorosa, colorido pañuelo cubriéndole
el pelo al estilo Leonardo Favio, se ha apropiado de la palabra. Hay un
sistema que te prepara para la pasividad, para el temor, para el miedo,
dice. Un sistema que te reprime. Vos crecés en esta sociedad reprimido.
La familia aporta a la represión, me parece, al menos en lo que es el
modelo de la familia; la iglesia aporta a eso; la escuela aporta a eso. Yo
creo que es el sistema el que aporta a ese miedo. En las comisarías de
todo el conurbano se tortura a la gente, dice Pablo. A un pibe lo agarran
y, sea chorro o no, por portación de rostro, lo torturan. O sea, en la
Argentina que hablan de la democracia y de la libertad, hay tortura.
Tuvimos un caso hace poquito, un vecino al que lo quería desalojar un
empresario, y lo hizo meter en cana, el comisario lo hizo trompear por un
par de presos. Ahí se demuestra la fuerza del sistema, una justicia que
decreta a favor del empresario, el comisario que le hace pegar y el tipo
solo con su vida. Es todo un trabajo revertirlo, decir ahora ya no estamos
solos. Cuando estábamos solos nos pasaban estas cosas. Ahora ya no
estamos solos. Somos un grupo, una comunidad, somos una
organización. Y por otro lado está el escepticismo, que también actúa muy
fuerte: creer que no se puede. O la desconfianza. Muchas veces los
compañeros ingresan y piensan: me van a cagar. Ya hay toda una
subjetividad basada en que toda la vida lo cagaron, entonces no han
hecho una experiencia de decir que es posible otra cosa. Esas son las
limitaciones, los obstáculos que te encontrás en una organización que
lleva todo un proceso de recuperar la confianza, de saber que acá no te
cagan.
Les pregunto acerca de los sucesos de diciembre pasado. Todos se
ponen a hablar al unísono, de manera atropellada, pero es la palabra
firme y armoniosa de Alberto la que se impone. Dice: para nosotros fue
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