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Solamente Por Gracia - Iglesia Reformada

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3<br />

JUSTO Y JUSTIFICADOR<br />

Acabamos de ver a los impíos justificados y hemos contemplado la gran verdad de que<br />

solo Dios puede justificar al hombre. Ahora daremos un paso adelante, preguntando:<br />

¿Cómo puede un Dios justo justificar a los culpables? Contestación plena la hallamos en<br />

las palabras del apóstol Pablo, en Rom. 3:21-26. Leeremos seis versículos del capítulo<br />

indicado con el objeto de conseguir la idea total del pasaje.<br />

Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada por la<br />

Ley y los Profetas. Esta es la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo para todo los<br />

que creen. Pues no hay distinción; porque todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios,<br />

siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo<br />

Jesús. Como demostración de su justicia, Dios le ha puesto a él como expiación por la fe en<br />

su sangre, a causa del perdón de los pecados pasados, en la paciencia de Dios, con el<br />

propósito de manifestar su justicia en el tiempo presente; para que él sea justo y a la vez<br />

justificador del que tiene fe en Jesús.<br />

Permítaseme rendir un poco de testimonio personal aquí. Hallándome bajo el poder<br />

del Espíritu Santo, bajo la convicción del pecado, sentía pesar sobre mi, clara y fuertemente<br />

la justicia de Dios. El peso del pecado me abrumaba de manera insoportable. No que tanto<br />

temiera yo al infierno, como temía al pecado. Me veía tan terriblemente culpable que<br />

recuerdo haber sentido que si Dios no me castigaba por el pecado, faltaría a su deber al no<br />

hacerlo. Sentía que el Juez de toda la tierra debía condenar a un pecador como yo. Estaba<br />

yo sentado en el tribunal condenándome a mi mismo a la perdición; porque admitía que si<br />

yo fuera Dios, no podría hacer otra cosa que enviar a una criatura tan culpable a lo más<br />

profundo del infierno.<br />

Todo ese tiempo me preocupaba profundamente de la honra del nombre de Dios y de<br />

la equidad de su gobierno moral. Sentía que no estaría satisfecha mi conciencia, si<br />

consiguiera yo perdón injustamente. El pecado que había cometido, merecía castigo y debía<br />

castigarse. Luego me venía la pregunta: «¿Cómo podría ser Dios justo y no obstante<br />

justificar a persona tan culpable como yo?» ¿Cómo puede ser justo y, sin embargo,<br />

justificador de los pecadores? Me molestaba y cansaba esta pregunta, y no hallaba<br />

contestación a la misma. Imposible para mi inventar respuesta alguna que diera satisfacción<br />

a mi conciencia.<br />

Para mi la doctrina de la expiación por la substitución es una de las pruebas más<br />

poderosas de la inspiración divina de la Sagrada Escritura. ¿Quién podría haber ideado el<br />

plan de que el Rey justo muriera por el súbdito injusto y rebelde? Esta no es doctrina de<br />

mitología humana, ni sueño de la imaginación de un poeta. Este método de expiación se<br />

conoce por la humanidad únicamente por ser un hecho positivo. La imaginación humana no<br />

podría haberlo inventado. Es arreglo, plan y estatuto de Dios mismo; no es cosa del cerebro<br />

humano.

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