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Solamente Por Gracia - Iglesia Reformada

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cadáver del sepulcro, sin poder devolverle la vida? ¿Para que llevarlo a la luz, sino puede ya<br />

mirarla?<br />

Nosotros damos gracias a Dios, porque Aquel que perdona nuestras iniquidades, también<br />

sana nuestras dolencias. El que nos limpia de las manchas del pecado, nos salva de los caminos<br />

sucios del presente y nos guarda de caer en el porvenir. Es preciso que recibamos agradecidos<br />

tanto la palabra del arrepentimiento como la de la remisión del pecado. Son dos cosas<br />

inseparables. La heredad del pacto es una e indivisible y no se divide en partes. Dividir la obra de<br />

la gracia, sería partir una criatura por la mitad, y quien tal permitiera, demostraría que no tiene<br />

interés alguno en el asunto.<br />

Pregunto a los que buscan al Señor, ¿Estarías contento con que Dios te perdonara tus<br />

pecados, dejándote luego vivir como un malvado y mundano como antes? Ciertamente que no; el<br />

espíritu vivificado tiene más miedo del pecado mismo que de los castigos que resultan del<br />

mismo. El grito de tu corazón no es: ¿Quién me librará del castigo? Sino «¡Miserable hombre de<br />

mí! ¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte?» (Rom. 7:24). ¿Quién me hará capaz de<br />

vencer la tentación y ser santo como Dios es santo? Ya que la unidad del arrepentimiento y el<br />

perdón concuerdan con el deseo realizado por la gracia, y ya que es necesaria esa unidad para la<br />

perfección de la salvación, como a causa de la santidad, descansa seguro de que permanecerá esa<br />

unidad.<br />

El arrepentimiento y la remisión del pecado son inseparables en la experiencia de todos<br />

los creyentes. Jamás hubo persona que de verdad se arrepintiera de sus pecados, confesándolos a<br />

Dios en el nombre de Jesús, que Dios no perdonara; por otra parte, jamás hubo persona que Dios<br />

perdonara sin arrepentimiento del pecado. No vacilo en afirmar que bajo las bóvedas del cielo<br />

jamás hubo, ni hay, ni habrá caso de pecado limpiado, a no ser que al mismo tiempo hubiera<br />

arrepentimiento y fe en Cristo Jesús. El odio al pecado y el sentimiento de perdón entran juntos<br />

en el alma y permanecen juntos mientras vivamos.<br />

Estas dos cosas actúan mutuamente. El hombre arrepentido es perdonado, y el perdonado<br />

se arrepiente más profundamente después de perdonado. Así es que podemos decir que el<br />

arrepentimiento conduce al perdón y el perdón al arrepentimiento.<br />

«La ley y los terrores,» dice el poeta, sólo endurecen al hombre, mientras actúan a solas;<br />

pero un sentimiento de perdón, adquirido mediante la sangre ablanda el corazón de piedra.»<br />

Convencidos del perdón, aborrecemos la iniquidad. Y supongo que cuando la fe se haya<br />

aumentado hasta la seguridad plena, de modo que estemos muy seguros sin sombra de duda que<br />

la sangre de Jesús nos ha emblanquecido más que la nieve, entonces el arrepentimiento ha<br />

llegado a la perfección.<br />

La capacidad de arrepentirse crece a la medida de que la fe crece. No haya equivocación en este<br />

caso, el arrepentimiento no es cosa de días o semanas, como la penitencia impuesta, que se desea<br />

terminar cuanto antes. No, se trata de una gracia para la vida entera como la fe misma. Los hijos<br />

de Dios se arrepienten, así los jóvenes y los ancianos.

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