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Solamente Por Gracia - Iglesia Reformada

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Amigo, el Señor puede borrar todos tus pecados. «Todos los pecados serán borrados a<br />

los hijos de los hombres» (Mat.12:31). Aunque te hallaras hundido hasta lo máximo en la<br />

miseria, él puede con una palabra limpiarte de la lepra, diciendo: «Yo quiero, se limpio.» El<br />

Señor Dios es gran perdonador. «Yo creo en el perdón de los pecados.» ¿Crees tú? Aun en<br />

este mismo momento, el juez puede pronunciar sentencia sobre ti, diciendo: «Tus pecados<br />

te son perdonados: vete en paz.» Y si así lo hace, no hay poder en el cielo, en la tierra, ni<br />

debajo de la tierra que te pueda acusar, ni mucho menos condenar. No dudes del amor del<br />

Todopoderoso. Tu no podrías perdonar al prójimo, si te hubiera ofendido como tu has<br />

ofendido a Dios. Pero no debes medir la gracia de Dios con la medida de tu estrecho<br />

criterio. Sus pensamientos y caminos están por encima de los tuyos tan altos como el cielo<br />

está sobre la tierra Bien, dirás tal vez, gran milagro sería que Dios me perdonara a mi.<br />

¡Justo! Sería un milagro grandísimo, y por lo tanto es muy probable que lo haga, porque él<br />

hace «grandes cosas e inescrutables» (Job 5:44) para nosotros inesperadas En cuanto a mi,<br />

quedé afectado bajo un terrible sentimiento de culpa que me hacía la vida insoportable; pero<br />

al oír la exhortación: «¡Mirad a mí y sed salvos, todos los confines de la tierra! <strong>Por</strong>que yo<br />

soy Dios, y no hay otro.» (Isa. 45:22), entonces miré, y en un momento me justificó el<br />

Señor. Jesucristo, hecho pecado en mi lugar, fue lo que vi, y esa vista me dio reposo al<br />

alma. Cuando los hombres mordidos por las serpientes venenosas en el desierto miraron a la<br />

serpiente de metal, quedaron sanos inmediatamente, y así yo al mirar con los ojos de la fe al<br />

Salvador crucificado por mi. El Espíritu Santo, quien me dio la facultad de creer, me<br />

comunicó la paz mediante la fe. Tan cierto me sentí perdonado, como antes me había<br />

sentido condenado. Había sentido realmente la condenación, porque la Palabra de Dios me<br />

lo había declarado, dándome testimonio de ello la conciencia. Pero cuando el Señor me<br />

declaró justo, quedé igualmente seguro por los mismos testimonios. Pues la Palabra de Dios<br />

dice: «El que en él cree, no es condenado» (Juan 3:18), y mi conciencia me daba testimonio<br />

de que creía y de que Dios al perdonarme era justo.. Así es que tengo el testimonio del<br />

Espíritu Santo y el de la conciencia, testificando ambos a una la misma cosa. ¡Cuánto deseo<br />

que el lector reciba el testimonio de Dios en este asunto, y muy pronto tendría también el<br />

testimonio en sí mismo!<br />

Me atrevo a decir que un pecador justificado por Dios se halla sobre fundamento más<br />

firme que el hombre justificado por sus obras, si tal hombre existiera. Pues nunca<br />

tendríamos la seguridad de haber hecho bastantes obras buenas; la conciencia quedaría<br />

siempre inquieta en si, después de todo, faltaría algo y solamente descansaríamos<br />

sobre la sentencia falible de un juicio dudoso. En cambio, cuando Dios mismo<br />

justifica, y el Espíritu Santo le rinde testimonio, dándonos paz con Dios, entonces<br />

sentimos que el hecho es firme y muy sólido, y el alma entra en descanso. No hay<br />

palabras para explicar la calma profunda que se apodera del alma que recibe esa paz<br />

de Dios que sobrepasa todo entendimiento. Amigo, búscala en este mismo momento.<br />

***

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