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Solamente Por Gracia - Iglesia Reformada

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anduvo confiado, donde otros le habían adelantado. As’ puede ser que tú, viendo a otros creer en<br />

el Cordero de Dios y notando como disfrutan de paz y gozo, seas conducido agradablemente a<br />

creer. La experiencia de otros es el camino de Dios por donde nos conduce a la fe. Pero sea como<br />

fuere, una de dos, has de creer en Cristo o morir; no hay esperanza fuera de Cristo.<br />

Pero un plan mejor es este: Fíjate en la autoridad sobre la cual se te manda creer, y esto te<br />

ayudará grandemente. La autoridad no es mía; esta bien la puedes rechazar. Ni es la de algún<br />

dirigente espiritual, que bien podrías sospechar. Es sobre la autoridad de Dios mismo que te<br />

manda creer. El mismo te manda creer en Jesucristo, y no debes ser desobediente a tu Creador.<br />

El capataz de ciertas obras había oído el evangelio muchas veces, pero se inquietaba dudando<br />

que acaso nunca acudirá a Cristo. Un día su buen patrón le envió una tarjeta diciendo: «Venga<br />

usted a mi casa tan pronto termine hoy su trabajo.» Apareció el capataz a la puerta del patrón;<br />

salió este y le dijo en tono brusco: «Qué quiere usted, Juan, porque me viene a molestar a estas<br />

horas? El trabajo del día se ha terminado, ¿con qué derecho se presenta usted aquí? «Señor,»<br />

contestó el capataz, recibió una tarjeta de usted diciéndome que terminando mi trabajo viniera<br />

aquí.» ¿Quiere usted decir que por la sola razón de recibir una tarjeta mía invitándole a mi casa,<br />

debía usted venir y hacerme salir después de terminadas las horas de trabajo del día? «Bien,<br />

Señor,» respondió el capataz. No le comprendo, pero me parece que ya que usted, envió por mi,<br />

tenía yo derecho de venir. Pues entre Juan, dijo el patrón, aquí tengo otro mensaje de invitación<br />

para usted. Y sentándose le leyó estas palabras: «Venid a m’ todos los que estáis trabajados y<br />

cargados, que yo os haré descansar» (Mat.11:28). ¿Piensas qué, después de recibir este mensaje<br />

de Cristo mismo, que harás mal en acudir a él? Ahora comprendió el pobre capataz todo<br />

inmediatamente, y creyó en el Señor Jesús para vida eterna, ahora sabía que tenía buena<br />

autoridad y garantía para creer. As’ tu pobre alma, tiene la mejor autoridad para creer y por fe<br />

acudir a Cristo, porque el Señor mismo te manda confiar en él.<br />

Si esto no produce fe en ti, piensa en lo que debes creer, al saber que el Señor Jesucristo<br />

sufrió en lugar de los pecadores y es poderoso para salvar a todos los que creen en él. <strong>Por</strong> cierto,<br />

este es el hecho bendito que la humanidad ha oído y debiera creer. El hecho más a propósito, más<br />

consolador, y divino que jamás a llegado a oído del hombre. Te aconsejo que pienses mucho en<br />

él, que escudriñes la gracia y el amor que contiene. Estudia los cuatro evangelios y las epístolas<br />

de Pablo y comprobarás que es digno de aceptación, y quedarás convencido a creerlo.<br />

Si esto no basta, medita en la persona de Cristo, piensa en quién es, qué hizo, dónde esta,<br />

y que es. ¿Cómo puedes dudar de él. Es cruel desconfiar del siempre verdadero Jesús. Nada ha<br />

hecho que merezca desconfianza; al contrario, debiera ser fácil confiar en él. ¿<strong>Por</strong> qué<br />

crucificarle de nuevo con nuestra incredulidad? ¿No es eso coronarle de espinas y escupir en su<br />

rostro de nuevo? ¿Qué? ¿No es digno de confianza? ¿Qué insulto mayor que este podían<br />

arrojarle los soldados? Le hicieron mártir, pero tú le haces mentiroso, lo que es peor. No<br />

preguntes: ¿Cómo podré creer? Pero responde a otra pregunta: ¿Cómo podré descreer?.<br />

Si ninguna de estas cosas te sirven, hay algo en ti fundamentalmente malo, y mi última<br />

palabra será Sométete a Dios. Prejuicio u orgullo esta en el fondo de tu incredulidad. El Espíritu<br />

de Dios te libre de tu enemistad, haciéndote sumiso. Pues eres rebelde, orgulloso, necio, y esta es<br />

la razón por qué no crees en tu Dios. Cesa tu rebeldía, entrega las armas, entrégate humillado,<br />

sométete a tu rey. Creo que nunca un alma levantó los brazos desesperada, exclamando «Señor,

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