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La Iglesia Católica entre los Aymaras<br />
El testimonio de vida de Jesucristo, modelo del agente pastoral, se<br />
resume en <strong>la</strong> imagen del “Buen Pastor”, y su misión pastoral se resume<br />
en <strong>la</strong> pa<strong>la</strong>bra de Jn. 10/10: “Yo vine para que tengan vida y vida en<br />
abundancia”. Esta pa<strong>la</strong>bra es “Buena Nueva” en <strong>la</strong> medida en que<br />
responde a <strong>la</strong> ma<strong>la</strong> noticia de <strong>la</strong> vida amenazada de individuos y pueblos,<br />
que corre en grandes partes del mundo andino y en toda América. El<br />
anuncio de <strong>la</strong> “vida en abundancia” lo hace el misionero y agente pastoral<br />
en un contexto de contradicción cuando <strong>la</strong>s audiencias indígenas de SU<br />
mensaje son despojadas de tierras, aguas y de su identidad cultural,<br />
en breve amenazadas de etnocidio y, en ciertas partes, de genocidio.<br />
Anunciar el Reino significa que el misionero además de renuncia a su<br />
propia casa, familia y matriz cultural, solidarice también con los pueblos<br />
amenazados y que los acompañe en <strong>la</strong> defensa de sus tierras, aguas y<br />
subsistencia como pueblo. Esto es su testimonio de, vida, según Suess.<br />
Desligar el testimonio de <strong>la</strong> vida y el anuncio de <strong>la</strong> “vida en abundancia-<br />
de <strong>la</strong> sobrevivencia física y étnica, sería despojar el Evangelio y crear<br />
un dualismo pastoral. En Tarapacá, <strong>la</strong> solidaridad con los aymaras en<br />
<strong>la</strong>s cuestiones de tierra, agua y de su identidad cultura` es parte de <strong>la</strong><br />
responsabilidad antropológica y credibilidad pastoral de <strong>la</strong> Iglesia.<br />
La inculturación del mensaje evangélico apunta a <strong>la</strong> inculturación<br />
y <strong>la</strong> indigenización de <strong>la</strong> Iglesia, hasta realmente edificar nada menos<br />
que una Iglesia andina y aymara. Las instrucciones apostólicas en este<br />
sentido son antiguas, como aquel<strong>la</strong> que cita Suess (1983, 64-65): “No os<br />
empeñéis por nada, no ade<strong>la</strong>ntéis ningún argumento para convencer<br />
a estos pueblos de cambiar sus ritos, sus usos y costumbres, a no ser<br />
que sean evidentemente contrarios a <strong>la</strong> religión y a <strong>la</strong> moral... No<br />
introduzcáis en ellos nuestros países, sino <strong>la</strong> fe, esa fe que no rechaza ni<br />
ofende los ritos y <strong>la</strong>s costumbres de ningún pueblo, siempre que no sean<br />
detestables, sino que muy por el contrario, desea que sean conservados<br />
y protegidos”22.<br />
Resumiendo, el anuncio ha de ser: por encargo y según el arquetipo<br />
de Jesucristo, sin abstracción de <strong>la</strong> “ma<strong>la</strong> noticia” y solidarizando sin<br />
reservas con el pueblo en sus angustias. La opción por los pueblos<br />
indígenas en función de su liberación integral nos exige a redimensionar<br />
el sentido de <strong>la</strong> salvación. La buena noticia de <strong>la</strong> salvación que sos<strong>la</strong>ya<br />
<strong>la</strong> cuestión de <strong>la</strong> tierra, el agua y <strong>la</strong> identidad cultural aymara, es decir<br />
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