El Vértigo de los Aires - Asociación de escritores de México

casos será quien menos poder de decisión tendrá, a menos, por supuesto, que sea
un escritor en pleno ejercicio hegemónico como Octavio Paz, en sus últimos días,
quien se dio el lujo de dirigir la edición de sus Obras Completas, clasificar sus textos
por volúmenes temáticos y genéricos y prologarlas.
IV.
Frecuentemente la crítica piensa que un texto no leído es para el escritor como una
carta sin respuesta. En el género epistolar como en un diálogo, la respuesta a la
interrogación relacional no puede ser establecida sin la aceptación del corresponsal
o del escucha. Desde esta postura, la existencia del escritor depende del aval
del escucha. Y digo que esto es un cliché porque sabemos que muchos escritores
no publicados seguirían escribiendo aún en la ausencia de una audiencia que los
avale como escritores. Otra idea común y cuestionable aunque potenciada por los
medios de comunicación tecnológicos, se representa en la figura del escritor que
siente fallar si en su intento de comunicarse con el lector su carta no llega a destino.
La sensación de soledad ha sido varias veces descrita, rescatada y representada
por la idea del mensaje que contenido dentro de una botella viaja en el tiempo y
espacio hasta ser leída por alguien a kilómetros de allí.
Esta idea romántica es utilizada por los medios de comunicación y se desmiente al
mirar hacia atrás en el tiempo. El escritor siempre escribe para alguien, y ha sido
a partir de la figura del periodista como escritor que se ha pensado con obsesión
en la necesidad de un receptor inmediato. La relación de un escritor necesitado de
una audiencia se vería representada, en el peor de los casos, es decir en el caso de
una audiencia única, por la carta de amor y la no respuesta del amado, es decir, por
un círculo incompleto en donde la carta o no fue enviada, recibida o respondida. Un
caso igualmente patético sería el de una relación en la cual la audiencia o no tiene
posibilidad de responder, o es apática, o está subordinada a la autoridad del emisor,
en cuyo caso tendríamos posiblemente un orador de una evidente superioridad
discursiva. Incluyo acá el caso en el que habla un orador con poder legítimo pero
caduco, es decir, probablemente un emisor destinado a repetirse a sí mismo hasta
el cansancio. En un grado patológico, el monólogo sin audiencia podría denotar un
eterno soliloquio, o quizá más patético por común, el resultado de una conversa-
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