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HERCULES

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O<br />

tologías vivas, empezaron a caer a velocidad<br />

vertiginosa sobre la arena de la playa. A Hércules<br />

no le hizo falta un segundo para reaccionar.<br />

Con asombrosa velocidad se colocó en<br />

su trayectoria y, con la fuerza que su estado<br />

de semidiós le confería, detuvo su caída con<br />

las manos desnudas y sin apenas retroceder.<br />

Nada se pudo hacer por Pegaso, que llegó a<br />

tierra ya sin vida, pero Perseo evitó el viaje<br />

por la laguna Estigia con tan solo unos rasguños.<br />

Segundos más tarde lo lamentaría,<br />

tras descubrir que no solo había perdido a su<br />

adorado compañero alado, sino al amor de su<br />

vida. Tras un nuevo episodio de duelo, fue Ulises<br />

el que decidió tomar la iniciativa.<br />

― La lanza que ha atravesado a Pegaso ha<br />

tenido que ser lanzada con algún tipo de ballesta,<br />

y por la dirección y altura desde la que<br />

procedía ha tenido que ser disparada desde<br />

aquella montaña. Yo digo que vayamos a ver.<br />

― Y yo digo que acudamos a tomar venganza<br />

― dijo Hércules.<br />

― Lo secundo ―dijo Perseo con el mismo espíritu<br />

vengativo adueñándose de su alma― El<br />

Hades le parecerá una recompensa al responsable<br />

de todo esto tras lo que vamos a hacerle<br />

cuando le demos caza.<br />

Tal y como había deducido Ulises, encontraron<br />

una ballesta gigantesca en la cima de la montaña,<br />

justo a la entrada de una cueva desde<br />

cuya entrada no podía divisarse su final. A ninguno<br />

de ellos se le escapó que aquello pudiera<br />

ser una trampa, pero fuera así o no, estaban<br />

seguros de que el responsable de todo aquello<br />

se encontraba en aquella gruta, y la muerte no<br />

fue suficiente amenaza como para impedirles<br />

entrar.<br />

Razón no les faltó como pudieron comprobar a<br />

escasos metros de la entrada. Derrumbes demasiado<br />

ocasionales, falsos suelos con picas<br />

en su fondo, explosiones y lluvias de flechas<br />

surgieron a su encuentro, pero aquello no fue<br />

obstáculo para tres grandes héroes con ansia<br />

de venganza. Tan solo Perseo fue herido, aunque<br />

sin gravedad por una de aquellas flechas,<br />

y tuvo que prescindir de su escudo por culpa<br />

de la herida en su brazo izquierdo. Tras una<br />

eternidad de caminar por aquellas catacumbas<br />

con la única luz de la antorcha que portaba<br />

Ulises, vieron un resplandor al final del túnel<br />

y, con suma cautela, se aproximaron hasta él.<br />

Poco a poco la gruta fue adquiriendo más luminosidad,<br />

y con la luz también aumentaba<br />

la temperatura. El camino desembocó en una<br />

inmensa caverna inundada por lava en su parte<br />

inferior y en lo alto de ella, atravesándola<br />

justo donde ellos se encontraban, un estrecho<br />

puente de piedra se extendía hasta una nueva<br />

obertura en la roca al extremo opuesto.<br />

Hércules, apremiado por su sed de venganza y<br />

por el extremo calor, fue el primero en surcar<br />

el puente, seguido de Ulises y Perseo, que ya<br />

empezaba a acusar el cansancio por culpa de<br />

su herida y la pérdida de sangre que esta le<br />

ocasionaba. Fue en el último tramo, cuando<br />

ya casi habían cruzado, cuando una columna<br />

de fuego emergió del foso candente hasta alcanzar<br />

el puente de piedra, a escasos pasos de<br />

donde se encontraba Perseo. El héroe se lanzó<br />

al suelo asustado, mientras Ulises y Hércules,<br />

sorprendidos, contemplaban como la columna<br />

de fuego se retiraba, para dejar tras de sí una<br />

figura humanoide compuesta de la misma lava<br />

que poblaba la caverna. Perseo se incorporó<br />

con velocidad, pero solo alcanzó a contemplar<br />

con horror a la gigantesca criatura que, con<br />

un movimiento inhumano, estiró todo su cuerpo<br />

hacia él, consumiéndole al instante con tan<br />

solo su contacto. Hércules y Ulises gritaron el<br />

nombre de su amigo sin poder hacer nada por<br />

él y la criatura, sin perder un segundo, comenzó<br />

su avance hacia ellos. Apremiados por la<br />

amenaza, ambos guerreros cruzaron lo poco<br />

que les quedaba en segundos y, nada más alcanzar<br />

el extremo opuesto, Hércules golpeó<br />

con fuerza el extremo del puente, provocando<br />

su derrumbe y haciendo que la ígnea criatura<br />

regresara al fondo de la cueva.<br />

Ulises parecía perplejo por lo sucedido, pero<br />

en el alma de Hércules solo había cabida para<br />

la furia y, sin mediar palabra con su compañero,<br />

se precipitó al interior de la nueva gruta sin<br />

perder instante. Ulises no perdió demasiado<br />

tiempo lamentándose y persiguió a su amigo<br />

hacia las tinieblas.<br />

Ulises no tenía ni idea del tiempo que estuvieron<br />

caminando (o corriendo) hasta que llegaron<br />

a aquella gran sala decorada como si<br />

fuera un templo pagano, pero sí reconoció a<br />

la figura que les aguardaba a ambos con una<br />

maliciosa sonrisa en su rostro.<br />

― ¡Circe! ―gritó Ulises, nombrando a la exuberante<br />

y joven mujer.<br />

La mujer emitió una estridente carcajada que<br />

habría helado la sangre de cualquier mortal.<br />

Sin embargo, Hércules no era un mortal cualquiera,<br />

y el efecto de aquella risa, en lugar de<br />

helarle la sangre, se la puso a hervir.<br />

― ¡¿ERES TU LA RESPONSABLE DE TODO<br />

ESTO?! ― gritó el semidiós.<br />

― Has heredado la fuerza de tu padre Zeus,

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