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HERCULES

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de Orión, el cual continuaba su eterno reposo<br />

en la bóveda celeste. Con la misma<br />

flecha con la que había matado a su antiguo<br />

amigo, Artemisa creó tres flechas capaces<br />

de arrebatarle la inmortalidad a un<br />

dios. Esperaba que fueran suficientes.<br />

No era sencillo seguir el rastro de un dios<br />

cuya huella se esparcía por cada rincón<br />

como un cáncer invasivo. Podía apreciar su<br />

presencia en todas partes, en las luces de<br />

neón de las ciudades, en las junglas deforestadas,<br />

en las alcantarillas plagadas de<br />

podredumbre, en la piel mancillada de las<br />

mujeres y en el orgullo henchido de fragilidad<br />

de los hombres. El Patriarca era un<br />

dios nómada e inquieto que no se contentaba<br />

nunca con su obra. Siempre buscaba<br />

los resquicios que se abrían en su reinado<br />

para cubrirlos con su maligna esencia. Artemisa<br />

sabía que era inútil seguirle, debía<br />

tenderle una trampa y esperar que cayera<br />

en ella.<br />

sujetaron por los brazos. Artemisa iba a<br />

intervenir cuando de pronto apareció. El<br />

Patriarca se materializó ante las chicas. Su<br />

aura era ponzoñosa, de textura pegajosa,<br />

y lucía el mismo color que el agua estancada<br />

demasiado tiempo. La diosa cogió<br />

una de sus flechas y apuntó al pecho de su<br />

objetivo. Disparó. El Patriarca se movió en<br />

el último instante y esquivó la flecha. Alzó<br />

la vista para encontrar a quien había tratado<br />

de herirlo. Artemisa se lanzó antes de<br />

darle oportunidad de ir en su busca. Nunca<br />

había destacado en la lucha cuerpo a cuerpo,<br />

pero no podía desaprovechar aquella<br />

oportunidad. Los humanos contemplaron<br />

la pelea entre las divinidades, acongojados<br />

por el poder que desprendían ambos<br />

adversarios.<br />

Ariadna y Míriam caminaban solas por la<br />

calle. Sus faldas eran excesivamente cortas<br />

y sus escotes demasiado amplios. Las<br />

gemelas pelirrojas sonreían a pesar del<br />

miedo que albergaban. Las más jóvenes<br />

pupilas del culto a Artemisa se habían<br />

ofrecido para ser el cebo con el que atrapar<br />

al Patriarca, con todos los riesgos que<br />

ello conllevaba. No era la primera noche<br />

que salían del refugio de su hogar para<br />

aventurarse a través de la ciudad. Algunos<br />

hombres habían tratado de propasarse<br />

con ellas, habían intentado asustarlas<br />

o, simplemente, les habían aconsejado<br />

volver a sus casas. La noche no era para<br />

ellas. No sabían cuándo se cruzarían con<br />

él pero tarde o temprano las encontraría,<br />

como encontraba a todo aquel que osaba<br />

desobedecer su mandato.<br />

Artemisa vigilaba desde las sombras, sin<br />

dejarse ver, sin dejarse sentir. Ariadna y<br />

Míriam se habían adentrado por un callejón<br />

estrecho sin apenas iluminación. Un<br />

par de hombres corpulentos les cerraron el<br />

paso. Ellas trataron de echar marcha atrás<br />

pero otros tres hombres aparecieron de<br />

pronto. No parecían los típicos borrachos<br />

que solían deambular a aquellas horas.<br />

Las chicas gritaron cuando dos de ellos las<br />

El aura del Patriarca absorbió la luz de<br />

Artemisa, trataba de asfixiarla con su inmundicia.<br />

La diosa se revolvió y clavó sus<br />

dedos en los ojos de su enemigo. El dios<br />

dejó de apretar lo suficiente como para<br />

que ella pudiera coger otra de sus flechas.<br />

Ella trató de clavar la flecha en el corazón<br />

del Patriarca, pero este la detuvo cogiéndola<br />

por el brazo. Artemisa, por primera<br />

vez en milenios, sintió miedo.<br />

Ariadna y Míriam estaban aterrorizadas.<br />

Sus captores las habían soltado aunque<br />

seguían rodeándolas. Los dioses se encontraban<br />

en el centro, apenas sin moverse.<br />

Artemisa iba a perder, podían sentirlo, su<br />

poder menguaba a cada segundo. Las gemelas<br />

se miraron y asintieron. No querían<br />

seguir viviendo con miedo.

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