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HERCULES

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La luna resplandecía en el lago de aguas<br />

negras. La brisa ululaba entre las hojas de<br />

los árboles con una melodía angustiosa.<br />

Las aves se alejaron silenciosas a través<br />

del cielo nocturno. Los animales huyeron<br />

espantados o se escondieron en lo más<br />

profundo de sus madrigueras. Las mujeres<br />

iniciaron su canto.<br />

La más mayor lucía una melena plateada y<br />

ondulada que enmarcaba un rostro severo,<br />

de facciones marcadas, arrugado por<br />

el tiempo y bronceado por el sol. Cantaba<br />

con voz grave teñida de cansancio, de furia<br />

contenida, de dolor no cicatrizado.<br />

La más alta llevaba el pelo recogido en una<br />

gruesa trenza de color negro salpicado de<br />

hebras grises. Su rostro redondo y aniñado<br />

escondía con dulzura su madurez, mas<br />

las sombras bajo sus párpados inferiores<br />

delataban la preocupación constante que<br />

la afligía. Su voz vibraba triste, acongojada,<br />

al borde de quebrarse.<br />

Las más jóvenes compartían un mismo<br />

rostro, un rostro de piel pálida y suave recubierto<br />

de diminutas pecas castañas. El<br />

pelo rojizo de las gemelas contrastaba de<br />

forma casi violenta con el verdor que las<br />

rodeaba. Su canto era el más esperanzado,<br />

cargado de expectación.<br />

La canción llegó a su clímax, el viento susurró<br />

un nombre y, en el fondo del lago,<br />

unos párpados se abrieron tras permanecer<br />

mucho tiempo cerrados.<br />

Artemisa se alzó por encima de las agitadas<br />

aguas que habían sido hasta aquella<br />

noche su cuna. Caminó sobre ellas sin<br />

prenda alguna que ocultara su cuerpo. Las<br />

mujeres contemplaban su avance con el<br />

corazón encogido. De sobra eran conocidos<br />

la crueldad y el carácter vengativo de<br />

la diosa.<br />

—¿Unas simples mortales han osado<br />

interrumpir mi sueño? —preguntó Artemisa<br />

mientras paseaba entre las mujeres. Su<br />

pelo oscuro brillaba con luz propia, al igual<br />

que sus fieros ojos dorados. La más mayor<br />

fue la que habló en nombre de las cuatro.<br />

—Perdónanos poderosa Artemisa<br />

por sacarte a la fuerza de tu merecido<br />

descanso, pero las circunstancias nos han<br />

obligado a arriesgar nuestras vidas para<br />

solicitar tu ayuda.<br />

—¿Y qué circunstancias son esas y<br />

LA C<br />

Un relato de M<br />

por qué deberían importarme? Dame una<br />

buena razón para no clavarte una flecha<br />

en el corazón ahora mismo —Artemisa<br />

tocó con suavidad el pecho de la anciana,<br />

quien se estremeció ante el roce.<br />

—Cuando los antiguos dioses os<br />

marchasteis nos dejasteis a merced de<br />

otras divinidades más jóvenes. La armonía<br />

del panteón se rompió y una gran guerra<br />

asoló los cielos. Un solo dios resultó<br />

vencedor y gobernó el mundo desde aquel<br />

día. —Al ver el gesto de impaciencia de Artemisa<br />

decidió acelerar su relato —. Ahora,<br />

casi tres mil años después, son muchos<br />

los males que lamentamos por culpa de<br />

ese dios impío: los animales mueren asustados,<br />

son maltratados y extinguidos; los<br />

bosques lloran sin que nadie preste atención<br />

a sus súplicas; para la humanidad la<br />

libertad no existe, solo para unos pocos<br />

privilegiados que abusan violentamente de<br />

su poder. Ya no nos queda nada, ni nuestros<br />

cuerpos nos pertenecen…<br />

—Lo que os pase a los humanos no<br />

me interesa en absoluto.<br />

—¿No? —la anciana fue incapaz de<br />

contener su enfado, su desesperación —.

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