la imaginación. Tanto la habitación como el infierno están relacionados <strong>entre</strong> sí por una serie de simetrías: primera, ambos lugares son cerrados y tienen una única entrada; segunda, ambos espacios contienen, originalmente, a dos personajes: la habitación, al caballero y a su escudero; el infierno, a dos diablillos; tercera, ambos espacios admiten la visita de Altisidora; al principio, la habitación; en ésta, el ingreso al mundo subterráneo por medio de la historia; cuarta, ambos mundos, aunque cerrados y separados, se miran <strong>entre</strong> sí: Sancho desea conocer el infierno; los demonios discurren acerca de <strong>El</strong> <strong>Quijote</strong> apócrifo. Con tales similitudes, el espacio del infierno reproduce el de la recámara sin que haya una conciencia lúcida sobre esta imitación. Si los demonios representan un coloquio cuyo objetivo reside en desprestigiar la obra de Avellaneda, es porque, de alguna forma, este coloquio ha ocurrido ya en otros pasajes de la novela. Este pequeño teatro pone en escena una de las preocupaciones fundamentales de la Segunda Parte: el afán por burlarse del apócrifo, y esto, en ocasiones, deriva en discusiones sobre la relación <strong>entre</strong> la realidad y el arte. Si ya en la Primera Parte la discusión <strong>entre</strong> don <strong>Quijote</strong> y Ginés de Pasamonte brindaba un indicio sobre el lugar que ocupa este tema en la leyenda; a través de las constantes alusiones al libro de Avellaneda, éste se esclarece. Ginés de Pasamonte escribe la historia de su vida. Don <strong>Quijote</strong> fascinado pregunta por la obra; el autor responde: no he muerto aún, sigo, por tanto, llenando sus páginas. Primera tesis: en crear el libro de la vida se despilfarran las fuerzas; el libro es libro; la vida, vida. La ficción no alcanza nunca a la vida. Avellaneda escribe un <strong>Quijote</strong> que <strong>El</strong> <strong>Quijote</strong> reprueba por fantasioso, es decir, una historia que no concuerda con la historia real de don <strong>Quijote</strong>; el artificio logra niveles magistrales; al apócrifo se le acusa de alterar las personalidades de amo y escudero, tergiversar lo sucedido a los viajeros y extraviarles el camino. La calificación de mentira impuesta sobre el apócrifo eleva a verdad la versión cervantina; más que un problema de autoría, emerge un juego de verosimilitud. Segunda tesis: si bien el libro no alcanza a la vida, se acerca a ella. Don <strong>Quijote</strong> mismo da fe de este propósito, aunque en sentido contrario: prefiere la fantasía a la existencia; el mundo no le basta, debe seguir el sendero del libro. La movilidad hacia lo otro marca la estrategia textual, de la vida al arte, del arte a la vida; el deseo que origina el desplazamiento siempre es el mismo, recuperar la unión perdida <strong>entre</strong> las palabras y las cosas. <strong>El</strong> arte barroco, apuntaba Matamoro, finge ser lo que no es. La ruptura de límites <strong>entre</strong> vida y arte deviene en necesidad; así en el retablo de Maese Pedro como en el episodio de Altisidora, los personajes transitan por el umbral que separa a los mundos de la ficción y de la existencia. Altisidora visita ambos reinos; por medio de su viaje, se revelan nuevas simetrías. En el infierno, la doncella conoce al don <strong>Quijote</strong> falso; en la habitación, al verdadero. La censura a <strong>El</strong> <strong>Quijote</strong> de Avellaneda proclama el fatal destino del libro: no hay lugar para esta obra en la realidad, ni siquiera en la ficción -los demonios que habitan la fantasía la desprecian-, su sitio se halla en el pozo de la mentira o en el abismo del olvido. Quizá, al igual que a las novelas de caballerías atesoradas por Alonso Quijana en su biblioteca, le aguarde el fuego, con la diferencia de que el fuego sea eterno y no efímero como el de la hoguera. <strong>El</strong> espacio de naturaleza dual, habitación e infierno, articula un juego doble al igual que la perspectiva que funda la historia de Altisidora con respecto a los dos <strong>Quijote</strong>s. <strong>El</strong> infierno se concibe como un mundo de quimera; creado por la ficción de Altisidora, existe únicamente en su relato; fuera de Altisidora, en el mito y en la literatura. La habitación se presenta, por el contrario, como real. Sin embargo, tampoco la habitación es real, pertenece a la ficción del narrador. <strong>El</strong> engañoso sentido de realidad surge no como cualidad esencial de este espacio y de los personajes que en él se mueven sino como producto de la oposición con respecto a la irrealidad del infierno. De nuevo, al acentuar el carácter fantástico de lo enmarcado –en este caso un espacio: el infierno–, el marco se libera de su significado ficticio y se acerca a lo real. <strong>El</strong> juego de espejos –el teatro como fuente que mana e inspira, la novela y su voracidad– dan lugar a un portento de luz: el libro ya no es libro. Gabriel Baltodano Román (1979) 190
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