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Guido Sáenz, “Absit”, dijo el médico, toda hartazga es mala; pero, la de perdices, malísima.”<br />
¿Qué se iba a imaginar aquel inmigrante francés Amón<br />
Fasileau Duplantier, díganme ustedes lectores, que ya no por los<br />
llanos castellanos, sino por el empinado barrio que lleva su<br />
nombre, iba a cabalgar algún día don <strong>Quijote</strong>? ... pero es que la<br />
ciudad de San José da para tanto, que aquí hasta ese tiento es<br />
cierto: ciudad en pequeño, ciudad al fin, literaria hasta en sus<br />
sueños.<br />
Pionero urbanizador, ese empresario europeo se<br />
presentó a la Municipalidad allá por 1892, con una propuesta<br />
para ampliar urbanamente la zona noreste del viejo cuadrante<br />
colonial, mediante algunos terrenos de su propiedad además de<br />
otros particulares y familiares. Llegado a un arreglo con el<br />
municipio, el resultado fue el ensanche del distrito del Carmen<br />
originalmente llamado Barrio de Amón, y que <strong>nosotros</strong><br />
prosaicos conocemos simplemente como el Barrio Amón; y<br />
cuyos límites son, al sur la avenida 7, al norte la avenida 13 y el<br />
río Torres, al oeste la calle central y al este la calle 9 bis.<br />
Ahí precisamente, en el puro límite <strong>entre</strong> los contiguos<br />
reinos barriales de Amón y de Otoya, media cuadra al norte de<br />
su intersección con la avenida 7, se encuentra una casa, una que<br />
guarda una tapia, tapia en cuyos paños de ladrillo vino a cabalgar<br />
por San José el hidalgo aquel, el de la triste figura manchega y<br />
cervantina. Esa fue la casa de Mario González Feo, en palabras<br />
de Renato Cajas, “un quijotólogo y un quijotófilo. <strong>El</strong> mismo fue<br />
un <strong>Quijote</strong> que revistió hasta donde pudo, su propia realidad<br />
con la imagen del Hidalgo”.<br />
Pues lo cierto es que al señor este, hombre cultísimo y<br />
refinado intelectualmente, como a don <strong>Quijote</strong> mismo,<br />
“llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así<br />
de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos,<br />
heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles”.<br />
Y es que por esas posibles paradojas de la historia<br />
cultural de Occidente, se dice que don Miguel de Cervantes en<br />
su frustración de no poder “hacer la América”, como se llamaba<br />
a la travesía que emprendían renacentistas aquellos medievales<br />
españoles del siglo XVI, se dedicó a aquel avatar literario que<br />
pasado el tiempo, culminó carcelario en la no menos prodigiosa<br />
aventura de su de por sí prodigioso y manchego hidalgo<br />
pobretón.<br />
Quedaron así postergadas las riquezas materiales que<br />
pretendía el apenas ingenioso joven don Miguel, para volverse<br />
del todo tesoro literario, también, en las ricas costas del<br />
continente americano que no pudo galgo conocer. Sin<br />
embargo, incluso a esta pobre costa, a la que sólo otro<br />
alucinado llamo rica en su áureo deseo de poseer, la poseyó el<br />
cervantino personaje en su corazón mismo. En su ciudad<br />
capital, que no es de costa, ni de cuyo nombre quiero que se<br />
olviden los hombres de habla castellana y noble caballerosidad:<br />
no mientras en pie me hallen a mí, rocín flaco, los avatares del<br />
destino hispánico y josefino a la vez.<br />
Pues particular en el particularísimo barrio capitalino de<br />
Amón, desde su mismo frente la casa González Feo posee en su<br />
emblemática tapia una magnífica artesanía constructiva en<br />
distintos tipos de aparejo o disposición del ladrillo expuesto;<br />
marco ideal para una serie de bellísimos mosaicos de cuarenta y<br />
cinco por sesenta centímetros realizados por Guido Sáenz allá<br />
por 1961, y donde se reproducen a color algunas escenas del<br />
clásico, según las clásicas ilustraciones del famoso dibujante y<br />
litógrafo francés Gustav Doré (1833-1883). La razón de tan<br />
dilecta elección gráfica para la aislante muralla de su personal y<br />
encantado castillo, la dio Mario González Feo mismo en un<br />
ensayo suyo sobre Alonso Quijano y su literato alter ego, uno que<br />
tituló, lúcido alucinado, Divagaciones sobre don Miguel de Cervantes<br />
y don <strong>Quijote</strong> de la Mancha (1967) al reconocer al francés como<br />
“el ilustrador indiscutible del <strong>Quijote</strong>”, quien “se adueñó en<br />
misterio, en realidad, en poesía, en fantasía, del espíritu del libro”.<br />
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