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<strong>El</strong> Caballero de los Espejos<br />
<strong>El</strong> episodio del Caballero de los Espejos remite al tema del doble, interferido esta vez por los encantadores que todo lo<br />
trastruecan. <strong>El</strong> Caballero de los Espejos se encuentra con don <strong>Quijote</strong> en un bosque, durante la noche, y le cuenta su historia. La<br />
historia es alarmante, pues aquel narrador nocturno refiere cómo venció a muchos bravos adversarios, incluso al famoso hidalgo<br />
de la Mancha. Para más señas lo describe y describe a su escudero Sancho Panza. Don <strong>Quijote</strong>, viéndose retratado así, apela otra<br />
vez a los encantamientos. Su falsa derrota ante el Caballero de los Espejos sólo puede explicarse porque un mago le ha imitado<br />
la forma para dejarse vencer y manchar así la fama que sus actos caballerescos le tienen granjeada en el mundo entero. La solución<br />
al problema es, además, muy sencilla: reta al Caballero de los Espejos a un duelo a la mañana siguiente, a fin de sustentar su palabra<br />
y su identidad con las armas, en contra de las malas artes de los enemigos que no descansan de perseguirlo. A la mañana siguiente,<br />
tras derrotar a su adversario, don <strong>Quijote</strong> le descubre el rostro y entonces “vio, dice la historia, el rostro mesmo, la misma figura,<br />
el mesmo aspecto, la misma fisonomía, la mesma efigie, la perspectiva mesma del bachiller Sansón Carrasco” (II, 14); y así como lo<br />
vio, mostró a Sancho “lo que puede la magia, lo que pueden los hechiceros y los encantadores”, porque sólo ellos, sólo sus<br />
protervos enemigos transformaron al caballero vencido en Sansón Carrasco para ablandar así la gloria de su triunfo.<br />
Doble encantamiento: el Caballero de los Espejos, aquí derrotado, no es el bachiller Sansón Carrasco, cuya figura le han<br />
impuesto los encantadores. Este caballero tampoco triunfó sobre don <strong>Quijote</strong>, como había afirmado durante la plática de la noche<br />
anterior, sino sobre alguien que se le parecía. <strong>El</strong> juego especular se reproduce también <strong>entre</strong> los dos escuderos y Sancho se resiste<br />
a reconocer a su vecino Tomé Cecial en el escudero del Caballero de los Espejos, cuya larga nariz le aterroriza, a pesar de que ya<br />
ha visto que es un disfraz.<br />
¿Por qué este juego de identidades falsas? <strong>El</strong> topos literario representa la angustia que nos provoca nuestro rostro<br />
reproducido en el otro. La imagen especular, el doble, es el lugar privilegiado del autoengaño. <strong>El</strong> otro nos revela lo que no deseamos<br />
ver de <strong>nosotros</strong> mismos. <strong>El</strong> doble incomoda, desajusta los trazos de nuestra autopercepción. <strong>El</strong> doble es inquietante por este efecto<br />
de asedio en contra de la tranquilidad asociada a la imagen que pretendemos administrar de <strong>nosotros</strong> mismos. Pero no, no es<br />
posible hacer con ella lo que uno espera. Esta imagen es frágil, se desmorona con facilidad. <strong>El</strong> motivo es muy sencillo:<br />
1. <strong>El</strong> doble (es decir, mis defectos reconocidos en el otro) perturba, el doble me evidencia y derruye los artificios de<br />
seguridad forjados por mí mismo y en mi propio beneficio.<br />
2. <strong>El</strong> rechazo al doble es un rechazo a la evidencia de mi fragilidad interior.<br />
Don <strong>Quijote</strong> no puede aceptar que lo derroten a él ni a su doble, es decir, al jinete que cayó bajo las armas del Caballero<br />
de los Espejos. Su coartada está a la mano: sólo un hechicero, enemigo suyo, dispuesto a destruir su fama, pudo haber provocado<br />
la confusión presentándose como doble de don <strong>Quijote</strong> y dejándose vencer. Suplantación malvada, sin duda, porque pone en<br />
evidencia la debilidad del caballero ante sí mismo. Ya en ese episodio, un poco antes, el hidalgo ha definido el arte como el espejo<br />
del mundo. No es un azar literario la insistencia en la imagen especular, los dobles, los espejos del mundo, los espejos del caballero,<br />
la mudanza de los rostros y de las identidades. <strong>El</strong> episodio manifiesta la ficción de una ambigüedad inquietante que caracteriza al<br />
acto de percibirse a sí mismo. Ambigüedad o terror, como el de Sancho, sobrecogido por la nariz monstruosa del doble de su<br />
vecino Tomé Cecial.<br />
Es mejor –parece decir don <strong>Quijote</strong>–, es más seguro y desestabiliza menos mi relación con el mundo echarle la culpa a<br />
los magos y no tener que percibirme a mí mismo.<br />
También el doble del Caballero de los Espejos es inaceptable: su parecido a Sansón Carrasco sólo tiene la intención de<br />
empañar la fama del victorioso hidalgo don <strong>Quijote</strong> de la Mancha.Trabajo de encantadores otra vez: “todo es artificio y traza de<br />
los malignos magos que me persiguen” (II, 16).<br />
Rafael Ángel Herra<br />
(1943)<br />
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