Al <strong>Quijote</strong> En amor a su sombra resistido, y la sombra a su paso lo destierra. Un toro va desnudo por la tierra mugiendo <strong>entre</strong> sus astas un olvido. Y de tierra y de toro se ha sentido que el casco a Rocinante más se aferra, y hoy trota en el asfalto de la guerra hecho toro por llanto convertido. Y nace en Dulcinea otra cintura (la historia detenida en un pañuelo) Unos siglos afeitan su hermosura. Carga lanza, escudo y por el suelo don <strong>Quijote</strong> revisa su postura: Siglo veinte, hidalgo y monta en pelo. 134 Mario Picado Umaña (1928-1988) 135
Los quijotes modernos (Fragmento del discurso de incorporación a la Academia Costarricense de la Lengua) […] Conforme a esas extrañas casualidades de que están formados todos los hechos de la vida, es posible suponer que don Miguel de Cervantes, dentro de las condiciones de su agitado acontecer, falleció antes de escribir <strong>El</strong> <strong>Quijote</strong> de la Mancha, y la obra apenas sentida, imaginada y pensada se recostó también con él en la danza quieta de la muerte. Ese es el supuesto: el libro no se escribió, Don <strong>Quijote</strong> es algo aún no dado dentro de la cultura y el quijotismo como quijotismo en sí es un movimiento que todavía permanece innominado, aún cuando el libro ande en las cabezas de algunos cuantos calientaideas, y don <strong>Quijote</strong> siga saliendo todos los días de su casa en busca de entuertos y menesterosos y el quijotismo sea un aliento tremendamente agudo para despejar con velas imaginarias la recortante realidad de los días y de las noches con sus figuras sobrehechas de esfuerzos cotidianos. […] Pero, tal suposición es absurda y más de un lector rebelde ya lo habrá notado, pues don <strong>Quijote</strong> es un solo quijote, aquel de La Mancha y de la época, que vino a dar nombre y sentido místico a los quijotes antes que él y a los quijotes después de él. […] Es cierto, la realidad de don <strong>Quijote</strong> no es la misma de un Hamlet, de un Otelo, de un Juan Tenorio, de un Karamazov o de un Babbitt, por citar algunos de esos vitalistas inmóviles, pues aun cuando andan con su atuendo de espejos y muchos hombres transitorios se miran en ellos, la diferencia estriba en que sólo don <strong>Quijote</strong> se presta a un reconocimiento heroico, en donde la valentía primero toma proyecciones íntimas y luego se despega de la interioridades para reflejarse en el medio. Entonces se tiene que es posible negar a un Otelo, a un Hamlet, a un Karamazov, a un don Juan o a un Babbitt, por insistir en los ejemplos; pero, no se puede negar a un quijote porque es imposible negar un movimiento de fe que rompe las murallas del qué dirán. Esto lleva a la conclusión de que si Cervantes no hubiera escrito el libro y recreado a su personaje, con otro nombre, con otro símbolo, con otro símil, los diferentes quijotes de las diversas épocas habrían sido por sí mismos un movimiento completamente auténtico, aún sin bautizo, para lograr su identidad en la siempre estrafalaria reacción de la sociedad que los contemple. […] Esta época no se apaga al suponer que simplemente el libro no existió, porque felizmente en nuestros caminos andan todavía quijotes con su espíritu caballeresco, dispuestos a remediar entuertos y alzar la voz cuando debe alzarse para pregonar un nuevo evangelio, que de nuevo sólo tiene el énfasis de los puntos olvidados. […] Y don <strong>Quijote</strong>, idealista de su tiempo, o el idealista de hoy, pleno quijote en éste, trastabillean ante las risas […] Conscientes son de la burla y del escarnio, pues otra cosa sería suponer que inflamados de locura no oyeron las carcajadas que producían y producen sus vestimentas, sus palabras, sus actos, su forma de contrastar las realidades. Sería hacerlos insensibles a los reflejos de las burlas contenidas en invitaciones y provocaciones, o ciegos a los retorcimientos de gestos escondidos, para atesorar las risas en espasmódicos ademanes. <strong>El</strong>los han medido cada paso y han aprendido a leer en los rostros las reacciones de su integración digna y respetuosa a ellos mismos. Tienen el valor de soportar, persistir y avanzar a pesar de las carcajadas. Ese valor de la fe ingenua, que ha creado su autodefensa mesiánica de misión y de destino, lo contraponen ante un único miedo: el de quedar como seres vistosos, como espectáculo gratuito, como mero esfuerzo de formas. […] En materia de quijotes, de verdaderos quijotes de todos los tiempos y especialmente de éste, es necesario suponer que el libro no se escribió nunca, que don Miguel de Cervantes murió antes de concebirlo, que dejó en paz de erudiciones a un hombre sencillo de la Mancha. Libre ya con la libertad que ansió para sí y buscó con desesperación don <strong>Quijote</strong> por los caminos, sin propiedad de patria y de autores, sin derecho de paternidad, es posible imaginarlo en compañía de un idealista, quien bien podría cabalgar a su lado como escudero y alcanzar su estatura en la batalla de los molinos que nos cercan como robots sin leyenda de gigantes. Por lo menos, qué bueno sería para los que sueñan que si bien el libro no existiera y con ello se menguara en mucho la fama de Cervantes, anduvieran por nuestros días, con la misma fe, ingenuidad y credo de locura, aspirantes al quijotismo. Y así, aunque se desconociera el nombre, con un desconocimiento que no fuera sinónimo de inexistencia, la sed de inmortalidad en obras de amor moviera a los hombres y estuviera abierto el camino a los que creen todavía, y creerán siempre, en las aventuras sin otra recompensa que el alcance de los sueños. 136 Carmen Naranjo (1930) 137
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