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El gran basurero<br />

convencimiento de la población, complementada con reglamentos claros y multas<br />

individuales que alcanzan los quinientos dólares en un segundo paso en falso.<br />

Podemos contrastar esta situación con el programa de separación y reciclaje de<br />

basura en Morelia, Michoacán. Se inició hace cerca de tres décadas, colocando<br />

grupos de tres contenedores metálicos etiquetados en puntos estratégicos de la<br />

ciudad, donde los vecinos vaciaban sus desperdicios separándolos en “vidrios y<br />

metales”, “plásticos” y “basura”. El impulso inicial se mantuvo durante un ciclo de<br />

la autoridad municipal, y decayó gradualmente después, hasta esfumarse. Los últimos<br />

contenedores en desaparecer fueron aquellos colocados junto a escuelas “activas” y<br />

otros centros adelantados a su tiempo y circunstancia social.<br />

Basura térmica<br />

Buena parte de la basura térmica (en forma de radiación electromagnética y vapores<br />

calientes) se lanza directamente a la atmósfera, a través del escape de motores y en<br />

las torres de enfriamiento de muchas industrias. Esto modifica el clima porque cambia<br />

la composición química de la atmósfera, retardando la emisión de radiación térmica<br />

hacia el espacio exterior, creando con ello el famoso efecto invernadero.<br />

Una fracción del desperdicio térmico se arroja a los ríos, lagos y mares, en<br />

forma de agua caliente que proviene de ciclos de enfriamiento, como el del reactor<br />

nuclear en Laguna Verde, en el Golfo de México. Aunque los cambios de temperatura<br />

resultantes no son numéricamente espectaculares, una elevación permanente de<br />

uno o dos grados centígrados resulta catastrófica para innumerables especies acuáticas.<br />

Esto ha convertido al método simplista de “enfriar con agua” en el foco de una<br />

intensa disputa en la historia de la conservación ecológica.<br />

En resumen, una lección amarga de nuestra generación es que la atmósfera<br />

y los mares no son ilimitados como depósitos térmicos y químicos. Las consecuencias<br />

biológicas de su finitud empiezan apenas a vislumbrarse, y serán sin duda extraordinarias.<br />

Confrontarlas con alguna probabilidad de éxito requerirá un verdadero<br />

salto en nuestra comprensión científica del mundo y en nuestra herramienta ética<br />

para relacionarnos con él. Será una indigestión de ciencia, un festín bajo el árbol del<br />

bien y del mal que volverá imposible en el futuro destilar felicidad del cuadro de unas<br />

chozas de palma y zacate en un claro de la sierra de Los Tuxtlas, coronadas por<br />

columnas de humo que transportan al cielo el aroma y la santidad del pan de maíz.<br />

Como siempre, el coplero Manrique tenía razón.<br />

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