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Especie en jaque<br />

producido hace cincuenta mil años por el impacto de un meteorito metálico de unos<br />

cincuenta metros de diámetro. Los grandes cráteres en la superficie de la Luna son un<br />

recordatorio diario del poder de los meteoritos.<br />

Uno de tales objetos pudo haber contribuido decisivamente a la extinción<br />

de los dinosaurios hace unos 65 millones de años, según la evidencia disponible. El<br />

peligro de impactos de este tipo es sustancial, al grado de que uno de los mandatos<br />

oficiales de la NASA (proveniente del Congreso de EUA), es que se deben monitorizar<br />

todos los asteroides y cometas mayores de un kilómetro en extensión, con órbitas<br />

que los acerquen peligrosamente a la Tierra.<br />

Otra posibilidad, un tanto remota pero no despreciable del todo, es que<br />

recibamos continuamente del espacio una tenue “lluvia” de virus y de bacterias<br />

patógenas, capaces de desencadenar grandes epidemias. Ciertas bacterias, en forma<br />

de esporas (o sea, protegidas por una membrana dura e impermeable creada por<br />

ellas mismas), podrían mantenerse vivas durante millones de años en el espacio<br />

sideral, de acuerdo con las pruebas de resistencia a perturbaciones térmicas y radiaciones<br />

a las que han sido sometidas en laboratorios terrestres.<br />

Desde abajo<br />

El peligro mayor que nos acecha desde el subsuelo son las erupciones volcánicas.<br />

Aunque el daño mecánico y térmico que provocan es usualmente de carácter local y,<br />

por lo tanto, limitado (aun contando los tsunamis que generan en ocasiones),<br />

su potencial para alterar el clima es muy grande y su ceniza podría ser capaz de<br />

bloquear parcialmente y durante meses la radiación solar en todo el mundo. También<br />

son peligrosos en este sentido los gases carbónicos y sulfurosos que inyectan a la<br />

atmósfera, tanto por la lluvia ácida que producen —ruinosa para la vida en tierras y<br />

mares—, como por el efecto invernadero, capaz de elevar en varios grados la<br />

temperatura promedio del planeta, alterando el clima de manera catastrófica para<br />

la mayoría de los ecosistemas.<br />

En 1815 el volcán Tambora hizo erupción en el archipiélago indonesio,<br />

arrojando suficiente ceniza como para bloquear parcialmente la luz del Sol y enfriar<br />

la atmósfera a tal grado que 1816 fue un “año sin verano” en el Hemisferio Norte. La<br />

nieve invernal nunca se derritió del todo en latitudes elevadas y la estación de cultivo<br />

se redujo a la mitad, o menos, en grandes zonas del norte de EUA y de<br />

Canadá. La pérdida de cosechas resultante y la mortandad de ganado condujeron a<br />

la peor hambruna del siglo XIX.<br />

Supervolcanes<br />

Un peligro mayor lo constituyen los “supervolcanes”, tan grandes que dejan calderas<br />

(no conos elevados) como vestigio de su violencia, y que a intervalos del orden de<br />

unos cien mil años producen erupciones gigantescas.<br />

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