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Pequeño mundo<br />

En 1967 el sociólogo estadounidense Stanley Milgrom le otorgó un sentido cuantitativo<br />

a la frase “Qué pequeño es el mundo”, que utilizamos cada vez que dos o<br />

más personas, a primera vista ajenas entre sí, resultan compartir un amigo, un sitio<br />

o una situación improbable a priori.<br />

Milgrom realizó para ello un ingenioso experimento que consistió en enviar<br />

cartas por correo a centenares de personas en Estados Unidos de América (EUA),<br />

escribiendo en el sobre una dirección postal válida elegida al azar, junto con la<br />

instrucción, a quien recibiera una misiva, de remitirla a su vez y en el mismo sobre<br />

a un conocido suyo que pudiera estar más cerca del destinatario correcto. Dentro de<br />

la carta iba una nota para este último, con la petición de devolvérsela a Milgrom,<br />

quien pudo así contar el número de pasos necesarios para el tránsito de cada misiva<br />

en los casos exitosos. Su resultado fue sorprendente: aunque no hubiera en principio<br />

ninguna relación directa entre el primer eslabón de la cadena y el último, en promedio<br />

cada carta arribó a su destino después de unos seis pasos intermedios. Su conclusión<br />

fue que la cohesión de la red social que integran los habitantes del mundo es<br />

extremadamente alta.<br />

Este resultado pronto trascendió los límites académicos y manifestó su<br />

influencia de muy diversas maneras. Alcanzaron fama obras de teatro con títulos<br />

como “A seis pasos de ti”, sobre la máxima distancia que pueden poner entre sí dos<br />

personas divorciadas. Un café neoyorquino se volvió exitoso gracias en buena medida<br />

a su nombre, “A seis pasos de Marlon Brando”, diseñado para recordarles a las<br />

mujeres susceptibles qué tan cerca se hallaban de la cama de ese artista.<br />

Fenómenos globales<br />

El mundo nos resulta pequeño actualmente en muchos sentidos. Aunque el viaje de<br />

Magallanes tomó tres años, enfermedades como la sífilis (proveniente con gran<br />

probabilidad de América), volvieron cotidiana la finitud del planeta desde el siglo XVI.<br />

Para los italianos era “la enfermedad francesa”; para los franceses, “la enfermedad<br />

española”; para los españoles, “la enfermedad italiana”, y así sucesivamente. En<br />

China la epidemia fue devastadora, matando quizá unos 10 millones de personas,<br />

quienes no tuvieron el consuelo de identificar al causante de su desgracia.<br />

El imperio español y el portugués se tornaron globales en el siglo XVI, y un<br />

siglo y medio más tarde se les unió el imperio inglés. Sin embargo, el mundo aún no<br />

podía considerarse pequeño en esa época, pues las comunicaciones de un extremo<br />

a otro de tales imperios tardaban varios meses. Esto cambió radicalmente con la<br />

invención del telégrafo y del teléfono y, sobre todo, con la monitorización en “tiempo<br />

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