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Eliahu Toker

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más violentas. Bastaría abrir una página cualquiera de la Escritura<br />

para encontrarnos con los flechazos mortales contra aquellas formas<br />

de vida, ya que por causa de la idolatría el hombre se hallaba<br />

oprimido. Y bueno es no olvidar que el hombre de aquella<br />

civilización no era muy diferente del hombre de hoy: era inteligente,<br />

con capacidad de concebir ideas de elevación respecto de la sociedad<br />

y su destino. Es que el sistema de la idolatría comportaba<br />

dimensiones que rebasaban la norma cultual de hincarse de rodillas<br />

ante una imagen de piedra o madera y decirle: "Mi Dios, tu eres<br />

quien me ha creado". La idolatría comportaba de un modo principal,<br />

el sometimiento a todo un complejo rodaje institucional tiránico del<br />

cual el culto no era sino una mera cobertura. Moloch y Astarté, por<br />

ejemplo, y tantos otros fetiches, ejercían una poderosa sugestión de<br />

pavor sobre los hombres. Agazapados detrás del telón se movían los<br />

personeros de un sistema político de enorme gravitación.<br />

La idolatría implicaba el predominio de unos pocos —los<br />

primates— amparados por los monarcas de soberanía absoluta. En<br />

representación de la deidad o encarnándola, el monarca ejercía un<br />

poder omnímodo sobre la tierra de su mando y sobre los hombres de<br />

su territorio. Faraón no fue tan solo soberano de Egipto, fue<br />

asimismo la personificación de su dios todopoderoso; fue el dios<br />

contra el cual el imponderable e invisible Dios de Israel dispuso que<br />

se emprendiese una revolución libertaria, sin violencias, con el solo<br />

uso del ingenio y la palabra. Moisés fue el agente ejecutor de esa<br />

revolución, poniendo primero en jaque y después dando mate al amo<br />

del Egipto; con lo cual se dio comienzo a un nuevo mundo con<br />

nuevas ideas y nuevas concepciones.<br />

En aquellas antiguas civilizaciones, las sociedades humanas<br />

estaban esclavizadas y a merced del capricho del monarca. El<br />

monarca era el poder y él era la ley. Era el amo de una civilización<br />

que levantaba pirámides y erigía templos monumentales con el<br />

sudor y las penalidades de las muchedumbres sojuzgadas que no<br />

gozaban de otro derecho que el de morir cuando les llegaba la hora.<br />

Contra ese sistema oprobioso, la Biblia promovió una lucha tesonera,<br />

porfiada y esclarecedora. Según la Biblia, la tierra no pertenece<br />

al monarca sino a Dios que la entregó al hombre para que<br />

completara la obra de perfección y que la cultivara, abriendo<br />

caminos de progreso igualitario. Tocante al monarca, la Biblia no

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