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entrevista
Detalle del
centro histórico
de Lindental.
Un ala de plata,
en campo de gules,
compone las armas del
municipio de Vechigen.
¿Por qué motivo se compromete
usted en la política municipal?
Mi lema es: «Cuando el equipo
funciona bien a nivel
humano, se
pueden mover
montañas». La
junta municipal
y la administración,
concebidas
como un equipo,
pueden mejorar la infraestructura
de nuestro municipio.
Esto es
motivación suficiente
para que todos nos
pongamos manos a la
obra y busquemos soluciones
óptimas dentro de
nuestras posibilidades y con vistas
a las futuras generaciones.
¿Cómo valora usted el papel de
su mujer en su carrera política?
¿Me está preguntando que de dónde
obtengo la energía? De mi familia,
de mi mujer, de mis dos
hijas ya adultas y de salir a correr
por el bosque.
¿Cuál es la situación más curiosa
a la que se ha enfrentado como
alcalde?
Un domingo se presentó en mi casa
un preocupado campesino que
había encontrado un ternero recién
nacido, solo y con vida, en
un arroyo y no sabía qué hacer con
él. Mi mujer y yo estuvimos haciendo
indagaciones hasta dar con
la vaca que había perdido a su ternerito
y se lo devolvimos. ¿Qué había
pasado? Que el parto había
tenido lugar al borde de una pendiente
y el pobre ternero, al nacer,
fue rodando colina abajo hasta llegar
al arroyo.
¿Qué ventajas encuentra en el sistema
federalista de Suiza?
Uno de los milagros del federalismo
en Suiza es el hecho de conseguir
la unidad en un país que
encierra grandes diferencias idiomáticas,
religiosas y regionales.
Desde el punto de vista lingüístico,
el federalismo preserva la diversidad
y supone un total reto
multiétnico. Las fronteras lingüísticas
no coinciden con las
topográficas, culturales o confesionales
del país. Hay casos, como
Estados Unidos o Australia, en
los que el carácter anglosajón históricamente
dominante ha sido
un guardián para generaciones de
inmigrantes, haciendo de la aceptación
de la homogeneidad lingüística
la condición para su
integración. En el polo opuesto están
la India y Pakistán al final del
periodo colonial, que, convertidos
en Estados autoestables por su
propio derecho, tuvieron que construirse
como naciones. Entre estos
dos tipos hay Estados como
Suiza, donde, por razones históricas
y políticas, no hubo una lengua
determinada que se alzara con
la condición indiscutible de símbolo
nacional exclusivo. Según las
estadísticas sobre el porcentaje de
personas que se identifican con
una de las cuatro lenguas nacionales
de Suiza (alemán, francés, italiano
y romanche), puede parecer
que se da una supremacía del alemán.
Sin embargo, la realidad es
diferente y bastante compleja, ya
que, en términos filológicos, lo
que se llama suizo-alemán
es una
categoría amplia
que comprende
una sorprendente
cantidad de
dialectos hablados
en una zona
geográfica
relativamente
pequeña. Esta diversidad
lingüística está institucionalizada,
de manera que no se
percibe como amenaza para la
identidad o la subsistencia de ningún
grupo concreto. En la práctica,
Suiza ha triunfado en este
aspecto de tal forma que, en palabras
del famoso especialista Steinberg,
«la lengua define y al mismo
tiempo niega la identidad suiza,
refuerza las particularidades de la
práctica política y las refleja». El
plurilingüismo es un ideal nacional,
no individual. Es una realidad
de los suizos como pueblo; es
muy difícil decir si es una actitud
personal de los hombres y mujeres
suizos y hasta qué punto. Un
complicado sistema de subsidios,
rotación de cargos electivos y la tradición
de democracia directa que
da oportunidad de ejercer el poder
a escala local a los grupos lingüísticos,
fragmentados a escala
nacional pero homogéneos a nivel
Muchos suizos han
llegado a la comprensión
fundamental de que
Suiza podrá mantener
su soberanía
únicamente si
permanece unida
local, han permitido la creación de
un Estado y una nación sin una
lengua nacional común.
¿Y cómo afecta el federalismo a
la diversidad religiosa?
Está claro que entre los cánones
de la democracia moderna figuran
la libertad de conciencia y la
libertad de culto. El federalismo
se puede considerar como la herramienta
que posibilita a la democracia
llevar a la práctica esas
libertades. La idea de federalismo
fue inicialmente una idea religiosa.
La encontramos en la Biblia
cuando se describe la relación entre
Dios y los israelitas, la relación
de gobierno entre las doce tribus
de Israel y su gobierno nacional;
el lenguaje es el del convenio, un
lenguaje federal. Cualquiera que
sea su importancia teológica, políticamente
la idea de alianza entraña
las ideas de acuerdo y
constitucionalismo; es decir, que
las instituciones humanas están
formadas sobre la
base del consentimiento
mutuo
y que las personas
establecen pactos
unas con otras
con este fin. La
propia palabra
«federal» proviene
del latín «foedus»,
que figura
en la Vulgata como la traducción
de la palabra hebrea «abrit», que
significa alianza. El federalismo se
basa en la organización de los asuntos
humanos a través de los acuerdos,
a través de pactos que cuentan
con el compromiso moral de las
partes para establecer y mantener
ciertas relaciones, así como las estructuras
necesarias para tal fin. La
noción de federalismo basada en
la Biblia alcanzó su máxima expresión
religiosa en la época de la
reforma protestante de los siglos
XVI y XVII, en las figuras de los
grandes reformadores protestantes,
como Zwingli de Zúrich, Calvino
de Ginebra y Knox de
Escocia. Ellos y sus contemporáneos
desarrollaron una teología
federal que entendía el mundo como
un ente organizado en torno
a una alianza fundamental entre
Dios y los hombres, con acuerdos
subsidiarios entre los seres
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crónicas helvéticas + nexos hispanosuizos / nº 8 / junio 2005