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economía
posiciones en una única y consistente
medida de riesgo.
Una propuesta para poder
medir el riesgo de mercado, bien
situada para analizar y comparar
el riesgo asociado a una cartera
compuesta por diferentes
posiciones financieras, es el VaR
(Value at Risk, valor en riesgo
máximo). La metodología VaR
parte del análisis de las relaciones
existentes en los factores de
riesgo individuales y el efecto que
en la cartera tiene el movimiento
de alguno de ellos. El VaR de
una cartera es información acerca
de la distribución (comportamiento)
de las posibles
pérdidas en las
que puede incurrirse.
El beneficio
o pérdida actual
no será conocido
hasta que se materialice,
es una
variable aleatoria,
por lo que toda la
información que utilizaremos
será pura estadística, asumiéndose
por los modelos utilizados
para calcular el VaR que la cartera
estudiada no variará en el
periodo estimado y que los datos
históricos utilizados para
construir el VaR tienen un comportamiento
específico, el cual
proporciona valiosa información
para predecir la distribución
de las pérdidas futuras,
siendo las metodologías utilizadas
para su cálculo diversas y
en muchos casos extremadamente
complejas.
Encaramos el futuro
planificándolo de la
manera que,
creemos, mejor se
adapta a nuestra
forma de ver la vida
Los libros describen el VaR
como un método para cuantificar
la exposición al riesgo de
mercado utilizando técnicas estadísticas
tradicionales. El VaR
mide la pérdida máxima que
se podría sufrir en condiciones
normales en un intervalo de
tiempo determinado y con un
cierto nivel de confianza,
proporcionándonos una fotografía
de la situación y convirtiendo
la exposición de la
cartera en potenciales pérdidas
o beneficios.
El entorno actual de tipos de
interés bajos dificulta la obtención
de la RME por el inversor
a no ser que se opte
por activos con
un riesgo asociado
superior, planteando
para un
inversor de perfil
conservador un
escenario complicado.
Una alternativa
para este tipo de inversor
son productos de retorno absoluto,
sin una distribución de
activos predeterminada, en donde
lo que se intentará será obtener
esa rentabilidad mínima
exigida bajo un control de riesgo
estricto delimitado en términos
de VaR. Se trata de
productos en donde el índice de
referencia a batir es la RME por
el inversor, al que se le indica cuál
podría ser la máxima pérdida en
un periodo determinado con
una probabilidad, digamos, del
95 %. Como podemos intuir,
los resultados dependerán de la
habilidad del gestor a la hora de
seleccionar los diferentes activos
en los que está invirtiendo; esta
selección, aun basándose en
criterios de rentabilidad, quedará
totalmente condicionada al
cumplimiento de los parámetros
de riesgo prefijados con anterioridad.
Al aplicar diariamente la metodología
VaR para cuantificar
el riesgo de la cartera, estamos
considerando individualmente
el riesgo asociado a cada uno de
los activos que la conforman, la
relación existente entre ellos así
como la aportación de cada uno
a la obtención de la rentabilidad
mínima exigida por el inversor.
A partir de este análisis
obtendremos una serie de datos
que nos servirán para controlar
que se está cumpliendo
con los criterios de riesgo y rentabilidad
inicialmente acordados,
permitiendo reaccionar de
un día para otro –en los fondos
de fondos– en caso de que no
se cumplan.
Es cierto, sin embargo, que
en determinadas situaciones extremas
pueden producirse movimientos
anómalos fruto de
acontecimientos imprevisibles.
Ésa es la razón por la que cuando
se fijan unos criterios de riesgo,
se hace asumiendo un
determinado intervalo de confianza
–normalmente del 95%–,
de modo que siempre habrá un
5% de probabilidades de que se
superen los criterios inicialmente
fijados. Para intentar detectarlos
se realizan simulaciones históricas
en las que se observan los
peores resultados que se han obtenido
en el pasado aplicándolos
a la composición actual de
la cartera.
La reacción ante cualquier
evento se produce ex-post, por
lo que es de vital importancia
tener controlado el riesgo asumido
con la composición de activos
que en todo momento se
tenga en la cartera, el acceso a
cualquier tipo de inversión que
pueda proporcionar valor así
como la disposición de los medios
que permitan la operativa
necesaria para acometer
todas y cada una de las transacciones.
De este modo estaremos
en condiciones, como
asesores patrimoniales, de ofrecer
al inversor final una gestión
activa del riesgo que nos permita
cumplir con el objetivo de
rentabilidad exigida. ■
E S T R U C T U R A S
STRASSER, S.L.
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crónicas helvéticas + nexos hispanosuizos / nº 8 / junio 2005 13