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VE-10 FEBRERO 2015

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Oteó el largo pasillo y el tenue recibidor y vislumbró en un<br />

segundo la insignificancia de sus 44 años. Toda su vida se resumía en<br />

una veintena de cajas de cartón, algunos cuadros y cuatro muebles de<br />

Ikea. Y sin embargo, tenía la sensación de que llegar hasta aquí, le<br />

había costado mucho trabajo, mucho esfuerzo y muchas horas de<br />

insomnio. Se ensimismó pensando que pocas veces las pertenencias<br />

materiales nos traducen una existencia llena de significados. Llena de<br />

emociones, de sentimientos, de insatisfacciones, de ilusiones<br />

abandonadas por el camino, de desencuentros, de paisajes no vividos<br />

y nudos no resueltos. Ahora le tocaba deshacer el camino andado,<br />

despedirse de aquella casa y sus fantasmas y comenzar de nuevo. Que<br />

difícil se le hacía. Estaba tan cansada.<br />

“Din don”, las diez de la mañana, -serán ellos-, efectivamente<br />

eran ellos. El séquito esperado, un funcionario del juzgado le depositó<br />

el documento entre sus manos para que lo firmara. Los dos policías<br />

que acompañaban al funcionario la miraban con una mirada ya<br />

vivida, con cierta indulgencia y desasosiego, pero con la tranquilidad<br />

del deber cumplido. Ella tras unos minutos de escalofríos, firmó el<br />

papel que la llevaría a su nueva y desconocida vida. Hacia una vida<br />

llena de incertidumbres que la hacía sentir como el suicida al borde<br />

del acantilado, a la espera de que en cualquier momento pase alguien<br />

por allí, le empuje y se la lleve para siempre del abismo.<br />

Luisa Berbel (Valencia)<br />

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