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Proceso-1985

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ERUBIEL TIRADO<br />

La otra caída del sistema<br />

El Estado no puede, ni debe, combatir la ilegalidad… con ilegalidad.<br />

Miguel Ángel Granados Chapa<br />

Tlatlaya y Ayotzinapa son la<br />

expresión grave del colapso de la<br />

estrategia de seguridad punitiva<br />

y militarista trazada por al menos<br />

dos sexenios panistas, junto<br />

con la falta de voluntad del actual<br />

gobierno priista de cambiarla de<br />

fondo. Si bien la atención mundial<br />

se concentra en Guerrero,<br />

las cuestiones que involucran los<br />

dos hechos se entrelazan para<br />

formar un escenario poco halagüeño<br />

sobre el futuro del país. Se<br />

afecta gravemente no sólo la seguridad<br />

sino las estructuras políticas<br />

y el tejido social en varias<br />

regiones del país (tenemos ya<br />

niños secuestradores además de<br />

niños sicarios).<br />

Los números oficiales de incidencia<br />

delictiva son exaltados<br />

según el interés del gobierno;<br />

por ejemplo la tasa de homicidios<br />

dolosos a la baja, cuando en<br />

realidad está muy por encima<br />

de la ocurrida hace una década. Otros<br />

parámetros permanecen igual o a la<br />

alza, como la extorsión y el secuestro.<br />

Se aplican medidas contrainsurgentes<br />

como la permisividad de los grupos de<br />

autodefensa en Michoacán, la Gendarmería<br />

se estrena para proteger del secuestro<br />

zonas de altos ingresos (Valle<br />

de Bravo) y el silencio sobre lo que pasa<br />

en las calles con las manifestaciones<br />

delictivas violentas favorece al crimen<br />

organizado, como lo demuestra el asesinato<br />

de Rosario Fuentes en Tamaulipas,<br />

el miércoles 15.<br />

La situación no está bajo control pese<br />

al silencio que se impuso a la mayoría de<br />

los medios de comunicación. En las pocas<br />

intervenciones públicas que tuvo como<br />

asesor del gobierno peñista, el general<br />

colombiano Óscar Naranjo se refería a<br />

nuestra situación como una “crisis humanitaria”.<br />

Los adjetivos palidecen ahora si<br />

se compara con las expresiones de preocupación<br />

y condena de los organismos in-<br />

ternacionales multilaterales y ONG<br />

de derechos humanos.<br />

Desencanto verde olivo<br />

El pasado 22 de octubre el presidente,<br />

siguiendo un ritual antiguo<br />

del sistema político, utilizó su investidura<br />

para proteger y cubrir la<br />

responsabilidad de las fuerzas armadas<br />

en el asesinato de 22 civiles<br />

en Tlatlaya, Estado de México. No<br />

fue casual la referencia discursiva.<br />

Un día antes la CNDH había dirigido<br />

la recomendación 51/2014 a la<br />

Segob y la Sedena, con conclusiones<br />

contundentes (que los medios<br />

no destacaron): Los militares cometieron<br />

un crimen de lesa humanidad<br />

(15 ejecuciones, 3 de ellas sin<br />

definir la manera en que ocurrieron<br />

los asesinatos).<br />

Así contradice la versión de la<br />

propia PGR (que reconoce sólo ocho<br />

ejecuciones) y deja mal parada a<br />

la Sedena, que desde el primer momento<br />

mintió (como lo hiciera el gobernador),<br />

y luego, cuando fue imposible ocultar su<br />

responsabilidad, procuró que todo quedara<br />

en meras cuestiones de indisciplina<br />

militar, sin importar las implicaciones de<br />

su comportamiento: Falta de cumplimiento<br />

de sus propias normas (el Manual del uso<br />

de la fuerza, que por cierto prevé que si hay<br />

bajas civiles en su aplicación, los militares<br />

involucrados sólo serían responsabilizados<br />

penalmente por homicidio no intencional),<br />

66 <strong>1985</strong> / 16 DE NOVIEMBRE DE 2014

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