Año 9 - Noviembre 2012 - La Hoja del Titiritero
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Hugo Hiriart, titiritero, escritor y director, creador de obras memorables como Minostastás y su familia (junto a Juan José<br />
Barreiro), habla de nuestro oficio, de la fascinación que ejercen los muñecos en tanto seres inanimados que adquieren<br />
vida e incluso contemplan a su animador y codirigen las escenas; habla de Mireya como generosa titiritera que ha<br />
luchado porque el teatro de títeres sea respetado en todas partes. Menciona algunos logros: reconocimiento <strong>del</strong> Iti-<br />
Unesco; premios nacionales y extranjeros. A ellos se añaden publicaciones de cuentos, obras de teatro, artículos, series<br />
radiofónicas, periódicos infantiles, un programa nacional de desarrollo cultural infantil (hoy en manos que pretenden<br />
posicionarlo como una marca chatarra). Una actividad inmensa.<br />
Beatriz Campos relata su primer encuentro con Mireya en una estación de radio donde ésta le cuenta que trabaja en una<br />
adaptación de El Quijote en versión para niños. Ella, recién adquirido un título en literatura infantil, queda boquiabierta<br />
ante la empresa. A partir de ahí Miyuca, como la llama, se convertirá en su amiga y cómplice de cosas como la creación<br />
de Tiempo de Niños, un periódico infantil, y, junto a Susana Ríos, <strong>del</strong> programa nacional Alas y Raíces a los Niños.<br />
Beatriz lee un poema que ha escrito para Mireya y la emoción hace temblar su voz, el auditorio se estremece, algunas<br />
lloran.<br />
Un títere y su animadora se aproximan a Miyuca y la acarician, la rodean, cobijan.<br />
Después viene la tortura escolar <strong>del</strong> discurso en tarjetas y la pésima estética, a la cual se agregan los insoportables<br />
desmanes de la prensa que invade el escenario, interrumpe todo con sus gritos, se comporta con el nivel de barbarie y<br />
estupidez que la caracteriza siempre.<br />
Luego, una ducha cálida de algunos integrantes de Espiral, el grupo dirigido por Mireya.<br />
Tonatiuh toma el micrófono, sostiene en las manos un par de hojas, habla de lo que ha significado para él Mireya, de la<br />
disciplina, la entrega, su pasión. Vuelve a ensalzar su generosidad (luego, afuera, nos dirá que Mireya no solamente<br />
pagaba todos los ensayos a sus titiriteros, como afirma otro ex integrante <strong>del</strong> grupo, sino que incluso le pagó a él<br />
mientras estuvo muerto durante cuatro semanas, afectado por la neumonía, sin trabajar: Mireya pagó las funciones como<br />
si hubiera actuado. Algo que ninguna institución cultural hará jamás). Emocionado, agregará que su visión de la mujer<br />
cambió gracias a ella y, haciendo malabares con hojas, micrófono y libro leerá un texto de Mireya:<br />
Una mujer es una red, la red misteriosa y fina de la generación. Una tela de araña que se empieza a tejer en los ovarios,<br />
en las pestañas y en la piel (…) Convierte en selva cada cosa. Selva multiplicada en selva hasta la asfixia.<br />
El hombre usa entonces sus brazos fuertes. Empieza a segar, a cortar, a descuajar el enredijo de las lianas acuáticas,<br />
hasta sacar libre el último pie.<br />
De ella no queda nada sino, de nuevo, la inocencia.<br />
(Definición. El arrecife y otras divagaciones.)<br />
Otro discípulo hablará de que un sacerdote la llamó santa un día, explicando que lo era debido a su capacidad de<br />
mantenerse fiel a sí misma sin importar el costo.<br />
Mireya toma un títere de guante, representa con él una escena con un texto en verso. Tiene puestos unos lentes oscuros<br />
porque la luz de los reflectores la molesta. El títere es una rana con sombrero. <strong>La</strong> contemplamos absortos. Los<br />
camarógrafos y fotógrafos se amontonan frente a ella y se escuchan gritos necios de esos malditos a los que aludía Don<br />
Juan, al que Mireya citará después.<br />
<strong>La</strong> misma ingenuidad que poseía de niña, esa mirada ávida de todo, idéntica fortaleza en esta abuela universal de los<br />
titiriteros. Todos hemos dormido en su casa, disfrutado la cocina de Julia que sigue a su lado, firme como una roca de<br />
excelente humor. Todos hemos recibido muchas cosas de ella, mucha ayuda, muchos libros, innúmeros consejos, un<br />
sinfín de detalles imposibles de sintetizar.<br />
Ahí están su hijo y sus nietos reales. Ahí sus amigos. Por unas horas, el teatro ha respirado un aire de comunidad y<br />
regocijo. Los titiriteros hacen planes que tal vez no cumplan, se prometen cosas que quizá no ocurran, se miran a los<br />
ojos o se eluden, colisionan sus egos e intereses.<br />
Sin embargo, reunidos por el hálito de una mujer que suele congregar incluso a los más reacios, su felicidad gremial<br />
sucede, como ocurre siempre que se encuentran lejos de un mercado de trabajo que cada día se estrecha más y los<br />
divide.<br />
Tal vez Mireya tenga razón y, como le dijera un día a Beatriz Campos, en este infierno cotidiano, le seul paradis c’est le<br />
lit.