-¿Quiere seguir leyendo y parar de bailotear? Por el amor de Seldon... -Colocó el mensaje bajo la nariz de Barr-. Vamos, léalo de nuevo. ¿A qué se refiere con lo de «objetivos finales»? -A la conquista de la <strong>Fundación</strong>. ¿Por qué? -¿Usted cree? Tal vez se refiere a la conquista del <strong>Imperio</strong>. Usted sabe que él lo considera el objetivo final. -¿Y qué si es así? -¡Si es así! -La torcida sonrisa de Devers se perdió entre su barba-. Vamos, preste atención y se lo diré. Con un dedo volvió a introducir en la ranura la diminuta hoja de pergamino ricamente adornada con el monograma. Desapareció con un ligerísimo ruido, y el globo volvió a ser liso y entero. En algún lugar del interior se ajustaron las engrasadas ruedecillas de sus controles al encajar con movimientos precisos. -Veamos, ¿verdad que no hay un sistema que permita abrir esta cápsula sin conocer la característica personal de Riose? -Para el <strong>Imperio</strong>, no -repuso Barr. -Entonces, la evidencia que contiene es desconocida para nosotros y absolutamente auténtica. -Para el <strong>Imperio</strong>, sí -dijo Barr. -Y el Emperador puede abrirla, ¿verdad? Las características personales de los funcionarios del Gobierno deben figurar en el archivo. Están en la <strong>Fundación</strong>. -Y también en la capital imperial -convino Barr. -Entonces, si usted, un patricio siwenniano y Par del Reino, dice a ese Cleón, a ese Emperador, que su loro favorito y su más brillante general se asocian para derrocarle, y le entrega la cápsula como prueba, ¿cuáles cree que serán, en su opinión, los «objetivos finales» de Brodrig? Barr se sentó, pues se notaba débil. -Espere, no puedo seguirle. -Se pasó la mano por la delgada mejilla y añadió-: No está hablando en serio, ¿verdad? -Claro que sí. -Devers estaba excitado-. Escuche: nueve de los diez últimos emperadores fueron degollados o sus entrañas saltaron por obra de alguno de sus generales que tenía grandes ideas en la cabeza. Usted mismo me lo ha contado más de una vez. El bueno del Emperador nos creería tan aprisa que a Riose le daría vueltas la cabeza. Barr murmuró débilmente: -Así que habla en serio. Por la Galaxia, hombre, no pretenda resolver una crisis de Seldon con un plan tan fantástico, complicado y poco práctico como éste. Suponga que nunca se hubiese apoderado de la cápsula. Suponga que Brodrig no hubiera utilizado la palabra «final». Seldon no depende del azar. -Si el azar nos sale al encuentro, no hay ley que diga que Seldon no debe aprovecharlo. -Desde luego. Pero... -Barr se interrumpió, y después habló con calma, conteniéndose visiblemente-. Escuche: en primer lugar, ¿cómo llegará al planeta Trántor? Ignora su localización en el espacio y yo no recuerdo las coordenadas, y menos aún las efemérides. Ni siquiera sabe nuestra propia posición en el espacio. -En el espacio es imposible perderse -sonrió Devers, que ya estaba a los controles-. Bajaremos al planeta más próximo y volveremos con las mejores cartas de navegación que puedan comprar los cien mil créditos de Brodrig. -Y con una ráfaga en la barriga. Nuestra descripción personal ya habrá llegado a todos los planetas de esta parte del <strong>Imperio</strong>. -Escuche, doctor -dijo pacientemente Devers-, no sea un aguafiestas. Riose cree que mi nave se rindió con demasiada facilidad y, hermano, no estaba bromeando. Esta nave tiene suficiente potencia y energía como para escapar de todo lo que encontremos a este lado de la frontera. Y además tenemos escudos personales. Los muchachos del <strong>Imperio</strong> no los encontraron, simplemente porque era imposible. -Muy bien -dijo Barr-, muy bien. Imaginemos que estamos en Trántor. ¿Cómo conseguirá ver al Emperador? ¿Cree usted que tiene horas de oficina? -Esto ya lo pensaremos cuando estemos en Trántor -replicó Devers. Y Barr murmuró con impotencia -De acuerdo. Hace medio siglo que deseo ver Trántor y no quiero morir sin haberlo hecho. Adelante con su plan. 39
Devers conectó el motor hiperatómico. Las luces relampaguearon y se produjo una ligera sacudida interior que marcó el cambio al hiperespacio. 40
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La voz espesa se perdió en un murm
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-Me refiero a que tanto el coronel
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del Mulo, de la Segunda Fundación
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-Un hombre murió en Neotrántor. U
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a la Fundación, y ya saben que mi