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198 - Scherzo

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CON NOMBRE PROPIOCLAUDIO ABBADODISCOGRAFÍA SELECCIONADAWAGNER: Música orquestal.FILARMÓNICA DE BERLÍN.Deutsche Grammophon 474 377-2.VERDI: Falstaff. B. TERFEL, T. HAMPSON,D. SHTODA, A. PIECZONKA, D. RÖSCHMANN,L. DIADKOVA, S. DOUFEXIS.FILARMÓNICA DE BERLÍN. DG 471 192 (2 CD).DEBUSSY: Prélude à l’après-midid’un faune. 3 Nocturnes. Pélleas etMélisande, suite de concierto.FILARMÓNICA DE BERLÍN. DG 471 332-2.En un recentísimo documental, realizadopor Euroarts con dirección dePaul Smanczny —dedicado justamentea la figura de Abbado. titulado Escuchandoel silencio— se ve al maestroque, con la felicidad de un niño recibiendoen el camerino al público trasun concierto, cuando ve al célebreactor y amigo suyo, Bruno Ganz, leinforma con aspecto radiante de susprogresos físicos. En esta frase aparentementebanal está la esencia del “nuevo”Abbado: un músico que ha profundizadoaún más en su ya extraordinariacapacidad de gozar de la alegríade vivir y de hacer música, según elconcepto de suzammen musizieren(tocar juntos) que le es tan queridodesde hace ya años. Esa profundizaciónderiva de haber abandonadocualquier residuo de instinto “dictatorial”en el podio y, en su lugar, haberabrazado todavía más la idea del directorcomo un primus inter pares.¿Cómo se traduce esto en música?A vuela pluma, basta escuchar y recorrer,aunque sea sucintamente, algunasetapas de sus más recientes trabajosmusicales de estos últimos cinco años.Wagner, sobre todo, maravillosamenteinvestigado en un extraordinario Parsifal(Salzburgo, 2002, y luego en Edimburgoy Lucerna el año sucesivo), dondeel complejo retículo orquestal eradesentrañado con una nitidez asombrosa,del que emergía el aspecto mástierno, o sea menos teutónico, de lapoderosa partitura. Más que poner enevidencia ese grumo no resuelto depasiones que —musical y psicológicamente—se albergan en el personajede Kundry, Abbado prefería sacar a laluz el vehemente recogimiento religiosodel acto III, cuyo inicio venía afrontadocon sorprendente pudor expresivo.Al lado de este vértice absoluto, eldisco de despedida (de momento) conlos Filarmónicos de Berlín, su orquestapor más de trece años, dedicado apáginas orquestales justamente wagnerianas,que parece hecho aposta parasacar a la luz la magnificencia, la opulenciadel sonido de la gran orquestaalemana, un sonido que, no obstante,jamás permite perder el hilo contrapuntísticodel conjunto. Además decon Wagner, no podía ser con otromás que con Verdi, con el Falstaff deSalzburgo (2001), el año anterior retomadoen Ferrara pero en la producciónque ya había dirigido en Berlín en1997, con la escenificación de JonathanMiller. Luego, una vez más, elpredilecto Simon Boccanegra (Ferrara,2001), al año siguiente en Florencia enla puesta escénica del 2000 de Salzburgo,con dirección de Peter Stein. Si elmagnífico Falstaff salzburgués noencuentra, en la realización discográficapara la Deutsche Grammophon, unresultado que se acerque a las alturassiderales de la realizada en vivo, heahí que a su vez aún más refulge —alo largo de toda la velada teatral— lagrandeza de aquel Simon Boccanegraque, desde el lejano 1971, acompaña aAbbado, desde los tiempos de la Scalay de Strehler. Una nueva dulzura seinstila sobre todo en el último acto, enla escena dedicada al moribundo Dux,donde la orquesta verdaderamente setransforma en un pálpito, en un soploy como un soplo se extingue. El sonido,en el Prólogo, se hace todavía másmórbido y persuasivo, acompañado deun particular gusto por el color, elmatiz tímbrico.No se ha detenido, naturalmente,su increíble energía de promotor musical,de creador de nuevas orquestas; alcontrario, se ha incrementado más.Así, al lado de la Mahler ChamberOrchestra, llega la Orquesta del Festivalde Lucerna (con el bautismo de unCordula Groth/DGmemorable concierto en agosto de2003, en programa junto a una Suitedel Martyre de Debussy, una inolvidableejecución de La mer, siempre deDebussy, uno de los vértices de su arteinterpretativo) y, después, la última ennacer, la Orquesta Mozart, formadapor un núcleo de instrumentistas de laMahler Chamber, junto a los más preeminentesmúsicos italianos (entre diecisietey veinticuatro años) y a solistasdel calibre de Giuliano Carmignola,Alessio Allegrini, Alessandro Carbonarey Jacques Zoon. El concierto de presentacióndel nuevo conjunto, quetuvo lugar en Bolonia (sede estable delmismo), el 4 de noviembre de 2004puso en evidencia, además de su magníficacalidad, las características decohesión, colaboración y entusiasmoque son justamente puntos esencialesde la manera que tiene Abbado deentender la música. En aquella velada,al lado de una chispeante ejecución dela Sinfonía Haffner de Mozart, un íntimo,melancólico, vehemente Conciertopara piano K. 466 (solista: Till Fellner),que Abbado dirige con graciaimpalpable.Siempre Mozart en el presente y enel futuro del maestro, con La flautamágica, afrontada por vez primera(Reggio Emilia, Ferrara, Baden Baden,luego en otoño retomada en Módena),pero dirigida con un insólito ímpetu,con un sonido seco y cortante que, sitiene en cuenta ciertamente la granlección de Harnoncourt, no obstanteno evidencia demasiada agresividad,faltando cualquier concesión a lo patético.Curioso que, justo en esta ópera,Abbado en cierta manera ha invertidouna tendencia que parecía clara en susúltimas interpretaciones. TambiénMahler, músico muy amado y dirigido,se ha beneficiado de esta nueva sensibilidad,como testifican dos extraordinariasejecuciones de la Segunda y dela Novena Sinfonías dirigidas en Lucerna.El gesto majestuoso de la Segundase suaviza, se hace menos “sobrehumano”,mientras la insostenible tristezade la Novena se torna menos vehementeen el Adagio final, que norenuncia, apagándose, a sacar a la luzun hilo de esperanza: la esperanza enlo humano. Diría que, en los últimosaños, Abbado ha profundizado demanera aún más vertiginosa en aquelenraizado humanismo, aquella certeza—que todos nosotros esperamos nosea falaz— que mientras tengamos laposibilidad de hacer gran música, y deescucharla, entonces quizás el destinode la humanidad no será tan terriblecomo a veces parece.Carmelo Di GennaroTraducción: Fernando Fraga9

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