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VE-25 JUNIO 2016

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Comienza enseguida a hacerme efecto la dosis de medicación<br />

que me dan con el desayuno, pero sólo es ahora, gracias a ella,<br />

cuando tengo el pulso firme y la visión limpia, sin los cuales no puedo<br />

dar las pinceladas que reflejen la memoria de mi mirada nocturna.<br />

Vacío en la paleta los colores, los mezclo en distintas proporciones y,<br />

con varios pinceles, los aplico siguiendo las líneas de la brisa que<br />

recorre el camino de las estrellas, cortada en su trayecto por el ciprés<br />

estricto. Los montes, en cambio, redefinen su curva y la iluminan<br />

tenuemente. Antes de que una dulce beatitud me impida<br />

concentrarme, debo anotar las impresiones de lo que no se ajusta a<br />

mi recuerdo impreciso, para comprobarlo justo después de tomar la<br />

medicación de la cena, que tarda en hacerme efecto una hora más o<br />

menos. Una hora que, como cada anochecer, pasaré asomado a esta<br />

ventana.<br />

Una hora. Es todo lo que tengo para sentir, para llorar, para<br />

dejarme llevar por el ritmo del cielo que contemplo, cambiante e<br />

inaprensible. Pero, durante este tiempo doloroso y lúcido, no puedo<br />

evitar las preocupaciones ni resistirme a los recuerdos, y mi mirada<br />

es alterada por las lágrimas. Las estrellas, que sé puntos concretos<br />

apenas titilando en su sitio, crecen ante mis ojos y bailan con la brisa.<br />

La luna tiembla, se expande confusa en mi mirada acuosa, sólo su<br />

centro se mantiene enfocado. Los colores varían, se alteran,<br />

intensifican o apagan dependiendo de cada pestañeo. Debo añadir<br />

blancos, amarillos, incluso rojos. Rendido a las emociones que me<br />

perturban el espíritu, así es como quiero pintarlo. Sé que busco un<br />

imposible, pero, mientras me quede voluntad, lo intentaré.<br />

Contemplo tan fijo como puedo el cielo estrellado, cierro los ojos y<br />

camino los tres pasos exactos hasta la mesa y el cuaderno y, casi a<br />

ciegas, lleno las hojas de frases ilegibles, la tinta diluida por un llanto<br />

que no puedo contener, los sollozos sacudiéndome el pecho, la mano<br />

agarrotada. Caigo al suelo, me arrastro hasta la cama y me vence una<br />

somnolencia narcótica de la que no recordaré los sueños si despierto.<br />

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