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Revista Quid 70

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Nota<br />

de tapa<br />

POR Christian Kupchik<br />

I.<br />

En su ensayo sobre el desarrollo psíquico en el primer año<br />

de vida, el psicólogo francés René Spitz habla de tres<br />

“organizadores” a partir de la emergencia de una conducta<br />

afectiva concreta que ayudan al sujeto a una mejor inserción<br />

en el nuevo mundo. Al menos dos de ellos están ligados a la<br />

gestualidad: la sonrisa, que marca la finalización de la etapa<br />

preobjetal y el comienzo de la etapa del objeto precursor, y la<br />

aparición del “No” como concepto –en muchos casos anticipándose<br />

a su formulación verbal–, que permite diferenciar al<br />

niño entre placer y displacer.<br />

La teoría supone que desde su primera aparición en el mundo<br />

el ser humano depende de su gestualidad para interactuar<br />

con él y consolidar su desarrollo. Esta forma de lenguaje ha<br />

alcanzado en sus signos más extendidos un significado universal<br />

que responde a usos culturales provenientes de la noche<br />

de los tiempos. Quizás no muchos de quienes piden silencio<br />

con el índice pegado a los labios sepan que se trata de una<br />

señal que se remonta a los textos de Apuleyo. O que sacar<br />

la lengua a alguien plantea una burla antigua, tanto que la<br />

figura ya circuló en la Biblia. Y si nuestro índice y meñique se<br />

yerguen mientras el resto de los dedos permanecen doblados<br />

(los famosos cuernitos) aventuramos un gesto que desde la<br />

Antigüedad se supone que ahuyenta el mal agüero.<br />

Los gestos nos delatan. Son muchos, sobre todo en países<br />

latinos, quienes parecen hablar con las manos. Pedir un café<br />

o la cuenta ya no es necesario expresarlo en palabras, por<br />

ejemplo. Sin embargo, algunas culturas harán interpretaciones<br />

singulares de señales que parecen comunes al código genético.<br />

Como fuera señalado, el gesto de afirmación a partir<br />

de un movimiento de cabeza vertical de arriba abajo, o el de<br />

negación, ladeando la testa de derecha a izquierda, se encuentran<br />

entre las primeras incorporaciones de la comunicación<br />

no verbal. A pesar de ello, los romanos negaban echando<br />

la cabeza hacia atrás, una expresión que aún hoy perdura en<br />

el sur de Nápoles, Sicilia, Malta, Grecia y Turquía.<br />

Precisamente los antiguos romanos nos han legado, a la vez<br />

que una lengua –el latín–, muchos otros gestos que llegaron<br />

hasta nuestros días para expresar burlas (orejas de burro),<br />

insultos (levantar el dedo medio o corazón manteniendo<br />

los otros cerrados en un puño), o bien indicar una orden<br />

(chasquear los dedos o conducir el índice a los labios, en el ya<br />

referido pedido de silencio).<br />

Evidentemente, también los gestos van modificando su forma<br />

de realización y significado a lo largo de su historia. Así el<br />

beso a distancia –juntar los dedos de la mano y llevarlos hacia<br />

los labios apartando, a continuación, la mano de la boca y separando<br />

los dedos– era en su origen un gesto religioso asociado<br />

al ritual de la adoración a los dioses o ídolos. Este gesto ya<br />

en la propia Roma se comenzó a utilizar como expresión de<br />

admiración en general, y es el significado que aún conserva.<br />

El estudio de la gestualidad en la Antigüedad ayudó a comprender<br />

formas actuales de comunicación no verbal cuya<br />

razón de ser se ha perdido en el tiempo. Un claro ejemplo<br />

de ello es posible observarlo en la visita que el Papa Juan<br />

Pablo II hizo a España en mayo de 2003. En la audiencia<br />

concedida a los reyes y al entonces presidente del Gobierno<br />

y su esposa, se planteó una controversia en torno al lenguaje<br />

corporal: la postura que adoptaron unos y otros al sentarse<br />

difería notablemente. Mientras los reyes estaban sentados<br />

con las piernas en paralelo, José M. Aznar y Ana Botella<br />

lo hicieron con las piernas cruzadas. Muchos periodistas criticaron<br />

la posición de estos por irrespetuosa e impropia aun<br />

cuando, seguramente, no sabían por qué era considerada de<br />

esa forma. La razón de esta convención la encontramos en los<br />

autores latinos. Explica Plinio El Viejo (Historia natural,<br />

28, 59) que en Roma cruzar las piernas era considerado un<br />

gesto mágico con poder maléfico y por ello se prohibió en<br />

las reuniones de generales o magistrados al interpretar que<br />

esta postura impedía o dificultaba la toma de decisiones. Lo<br />

mismo ocurría durante los sacrificios y las plegarias públicas.<br />

En el Occidente actual cruzar las piernas ante un mandatario<br />

sigue siendo desaconsejado por improcedente.<br />

II.<br />

La importancia de los gestos muchas veces fue refrendada<br />

desde las mismas estructuras del poder. La inmovilidad<br />

absoluta, producida por la ausencia de gesticulación del<br />

emperador bizantino en lugares públicos, representaba un<br />

atributo imperial que visualizaba el papel del emperador<br />

como decimotercer apóstol, representante de Cristo en la<br />

tierra. En tanto, el ceremonial de la corte carolingia señalaba<br />

la importancia que tenían los encuentros cara a cara para<br />

enmarcar las reuniones sociales, estableciendo la jerarquía<br />

y, por tanto, la reproducción del orden político. La etiqueta<br />

ceremonial hacía que los pequeños detalles estuviesen saturados<br />

de significado.<br />

Un caso paradigmático es el del cardenal Mazarino (un<br />

laico nacido como Jules Mazarin, 1602-1661), nada menos<br />

que sucesor de Richelieu al frente del gobierno francés.<br />

Sus cínicas y descarnadas enseñanzas sobre el ejercicio de<br />

la política hicieron palidecer al mismísimo Maquiavelo.<br />

En su obra póstuma, Breviario de los políticos, se recopilan<br />

no solo sus máximas sobre el arte de la retórica y la persuasión,<br />

sino también numerosos y útiles consejos sobre la<br />

comunicación no verbal, recomendaciones cuya vigencia<br />

sorprende casi cuatro siglos después. Como si de un coach<br />

contemporáneo se tratara, Mazarino refería a la importancia<br />

de entrenar nuestra forma de interactuar en público, y<br />

recomendaba “tener preparado un repertorio de fórmulas<br />

para responder, saludar, tomar la palabra y quedar como es<br />

debido ante cualquier imprevisto”. Mazarino ya intuía en<br />

8<br />

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