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Reseña<br />
dos<br />
LUCAS NINE<br />
El escritor<br />
como espejo<br />
POR Nancy Giampaolo<br />
En lo que podría considerarse como la humorada máxima<br />
del peronismo, Jorge Luis Borges fue transferido en<br />
1946 de su cargo en la Biblioteca Miguel Cané a la función<br />
de “Inspector de aves de corral”. Borges inspector de aves,<br />
la historieta escrita y dibujada por Lucas Nine, toma ese<br />
episodio como base para componer una ficción inequívocamente<br />
argentina. Prodigiosa en lo gráfico –un blanco y negro<br />
casi violento resalta las figuras en eterno movimiento propias<br />
de Nine–, la acción se ubica en un Buenos Aires lunar al<br />
que aún le sientan bien las tramas policiales. Con un pucho<br />
en la boca y una agilidad con la que ni soñó en su vida real,<br />
la estrella irreemplazable de nuestras letras desciende a los<br />
submundos avícolo-burocráticos para relatarnos sus aventuras<br />
en un lenguaje que parodia con inteligencia el inconfundible<br />
tono borgeano. Es en este relato donde el autor de historieta<br />
deja paso al escritor a secas. El contenido de los globitos<br />
mantiene un tempo sostenido de comedia, pero destroza la<br />
idea bastante instalada de que la novela gráfica para adultos<br />
maneja un léxico reducido, tocando temas “duros” o recurriendo<br />
a lo autorreferencial. El Borges de Nine le pone el<br />
cuerpo al territorio que lo circunda, pero no puede parar de<br />
analizarlo a pura palabra, en una suerte de crónica en vivo de<br />
las aventuras absurdas que enfrenta. Aunque hace de todo,<br />
tanto física –corre, salta, se embarca en impactantes peleas<br />
que tienen algo de Manga– como verbalmente –se desgrana<br />
en metáforas–, su actitud básica es nula en grandilocuencias y<br />
tiene algo de ángel caído. Ha descendido al plano de los simples<br />
mortales donde, lejos de cualquier engrandecimiento, es<br />
objeto de persecuciones ridículas –como una en el colectivo<br />
60, Constitución-Tigre, disfrazado de pollo– sin dejar por eso<br />
de ser consciente de su papel de renegado, de exiliado de un<br />
mundo mejor. En ese contraste, en ese “saberse” un poco<br />
superior al resto, en esas burlas que dedica a sus pares del<br />
oficio, la ligan desde Gombrowicz hasta Sábato, se ubica<br />
lo más fatalmente argentino de un libro que insinúa que la<br />
mirada entre cruel e ingenua de su protagonista puede ser<br />
también una pudorosa manera de encubrir la piedad.<br />
El parque Japonés, los bares del bajo, un pingüino de vino,<br />
un sifón, una morocha culona y otros motivos visuales<br />
elegidos por Nine también interpelan muy directamente al<br />
lector local. Lo mismo hacen los personajes secundarios<br />
ficticios, como el argentino a más no poder detective Falcone,<br />
o ficcionalizados, como Xul Solar, Oliverio Girondo o<br />
Nora Lange. La locura, los egos, el amor platónico y otros<br />
temas propician enormes placeres visuales y conectan con<br />
distintos tipos de sensibilidades. Lo mismo ocurre con el<br />
lenguaje: Nine se regodea plantando a nuestro tótem literario<br />
de cara al mundo, para lanzarle una frase que resume el<br />
espíritu de este libro: “Georgie las pelotas”<br />
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