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Revista Quid 70

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Tema de tapa<br />

seis<br />

ADONDE VAMOS<br />

NO NECESITAMOS LA VERDAD<br />

POR Emilia Simison*<br />

presiones, descubiertas por Ernest A.<br />

Haggard y Kenneth S. Isaacs, son<br />

expresiones faciales momentáneas e involuntarias<br />

que se producen de acuerdo<br />

a nuestras emociones y que, a diferencia<br />

de otros gestos, son difíciles de esconder<br />

y/o fingir. Lo interesante al momento de<br />

detectar una mentira, entonces, es que<br />

estas microexpresiones no necesariamente<br />

coinciden con las expresiones faciales<br />

intencionales de quién habla y es en esta<br />

discrepancia donde según Ekman se produce<br />

una “filtración” de las emociones<br />

verdaderas de quien se expresa.<br />

Esta idea de que podemos aprender<br />

a detectar la mentira por medio de la<br />

observación cuidadosa de los gestos<br />

es bastante atractiva y, de hecho, se ha<br />

aplicado en diversos ámbitos. Un caso<br />

paradigmático es su uso en seguridad<br />

aeroportuaria. Hace casi una década,<br />

la Administración de Seguridad en el<br />

Transporte de los Estados Unidos puso<br />

en actividad el programa de chequeo de<br />

pasajeros por técnicas de observación<br />

(SPOT por sus iniciales en inglés más<br />

juego de palabras) consistente en entrenar<br />

a parte del personal para detectar<br />

comportamiento sospechoso o anómalo<br />

en pasajeros. Otro programa similar, que<br />

recuerda al Minority Report de Philip<br />

K. Dick (o a la película de Tom Cruise,<br />

ustedes decidan) y que también tiene<br />

por nombre un acrónimo con juego de<br />

palabras es la tecnología de chequeo de<br />

atributos futuros, FAST. Similar a SPOT,<br />

pero con ayuda de ciertos elementos<br />

tecnológicos, esta tecnología identifica,<br />

según un informe del Departamento<br />

de Seguridad Interior, individuos con<br />

“malas intenciones” para un segundo<br />

chequeo de manera rápida y objetiva.<br />

Sin embargo, estos programas han<br />

recibido numerosas críticas. Algunos,<br />

afirman que se podrían alcanzar similares<br />

resultados tirando una moneda,<br />

otros, que renombraron a FAST como<br />

tecnología de chequeo de atributos<br />

fascista, expresan preocupación por posibles<br />

violaciones a la privacidad. Otros,<br />

por su parte, critican los estudios en que<br />

se basan, donde se les pide a voluntarios<br />

que finjan ciertas actitudes durante las<br />

pruebas y entrenamiento. Después de<br />

todo, si las microexpresiones son involuntarias<br />

tampoco deberían ser fáciles de<br />

imitar. ¿O sí?<br />

Al comparar famosas mentiras de<br />

políticos de todos los tiempos podemos<br />

ver que, como el resto de las personas,<br />

algunos mienten mejor que otros. Lejos<br />

de ser simplemente un don, aunque eso<br />

también definitivamente ayuda, parece<br />

que se puede aprender a mentir o, al<br />

menos, a controlar lo que se comunica<br />

con los gestos. Así, por ejemplo, los<br />

años de distancia parecen haberles dado<br />

cierta ventaja a los legisladores estadounidenses<br />

John Edwards y Anthony<br />

Weiner frente a Bill Clinton al<br />

momento de mentir respecto de sus<br />

escándalos sexuales. De manera similar,<br />

muchos atribuyen parte del éxito político<br />

de Putin a las enseñanzas del experto en<br />

lenguaje corporal Allan Pease, autor<br />

de best sellers como Lenguaje corporal.<br />

Pease conoció a Putin cuando este era<br />

asistente del alcalde de San Petersburgo<br />

y cuenta, en una entrevista publicada<br />

el 14 de enero de 2014 en el Moscow<br />

Times, haberle enseñado a “parecer más<br />

amigable en televisión” y evitar gestos<br />

agresivos, usuales en los políticos de la<br />

era soviética como recordarán todos los<br />

que hayan visto a Nikita Jruschov<br />

golpeando la mesa con un zapato. Sin<br />

Todos mentimos de vez en cuando. Le<br />

podemos decir “mentira piadosa”, “omisión<br />

de información”, “exageración”, o<br />

como nos suene más bonito, pero de vez<br />

en cuando, mentimos. La mentira es<br />

parte de todas nuestras vidas y, desde ya,<br />

los políticos no son una excepción. Allá<br />

lejos y hace tiempo, nuestro viejo amigo<br />

Niccolò Machiavelli escribía que,<br />

aunque sea muy loable mantener la palabra<br />

dada, “la experiencia muestra que<br />

quienes han hecho grandes cosas han<br />

sido aquellos príncipes que han tenido<br />

pocos miramientos hacia sus propias<br />

promesas y han sabido burlar con astucia<br />

el ingenio de los hombres”. Esto y el<br />

hecho de que “quien engañe, encontrará<br />

siempre quien se deje engañar” nos<br />

lleva a preguntamos cómo hacer para<br />

distinguir cuándo nos mienten. Así, por<br />

ejemplo, proliferan grupos dedicados a<br />

chequear las afirmaciones de los políticos<br />

y figuras públicas como PolitiFact en<br />

Estados Unidos y Chequeado por estos<br />

pagos. Sin embargo, ¿qué hacemos si<br />

no tenemos información o tiempo para<br />

chequear lo que nos dicen?<br />

Una posibilidad es observar el lenguaje<br />

no verbal de quien habla. La idea no es<br />

para nada nueva y hay evidencia de que<br />

venimos usándola consciente o inconscientemente<br />

desde tiempos inmemoriaembargo,<br />

Pease no intenta llevarse todo<br />

el crédito y afirma que, como ex espía de<br />

la KGB, Putin tiene “una preparación y<br />

un talento especiales”. Además, resalta<br />

entre sus gestos la denominada “cara<br />

soviética”, típica en los países de la ex<br />

URSS, que hace que, en lugar de sonreír,<br />

se aprieten los labios y frunza el ceño al<br />

saludar y que, según Pease, tiene el objetivo<br />

de enmascarar los sentimientos.<br />

Sin embargo, un rostro sin gestos también<br />

puede hacernos desconfiar. Investigadores<br />

del grupo de robots personales<br />

del Media Lab del Instituto Tecnológico<br />

de Massachusetts (MIT), encabezado<br />

por Cynthia Breazeal, y cuna del<br />

famoso Kismet y el reciente fenómeno<br />

web Nexi, buscan desarrollar robots con<br />

los que la gente pueda relacionarse mejor.<br />

Para esto, la clave parece justamente<br />

ser que puedan realizar gestos y entender<br />

los gestos que observan. Llamativamente,<br />

una vez que los robots adquieren<br />

esa posibilidad, reaccionamos a ellos de<br />

manera similar a como reaccionamos<br />

con otros seres humanos. Por ejemplo,<br />

somos menos propensos a dejar solo a<br />

un robot que expresa tristeza y nuestros<br />

niveles de confianza hacia ellos se ven<br />

afectados por el mismo tipo de gestos<br />

que afectan nuestro nivel de confianza<br />

hacia otras personas. Viendo el mismo<br />

fenómeno desde otro punto de vista,<br />

es importante recordar la sensación de<br />

complicidad que pueden darnos ciertos<br />

gestos, sensación en que se basa en<br />

gran medida el éxito de la serie House<br />

of Cards (en su versión estadounidense<br />

pero aún más en la original británica).<br />

Además, ni siquiera Putin parece estar<br />

a salvo del sobreanálisis de cada video,<br />

foto y fotograma y es que, además,<br />

una foto sacada en el momento justo<br />

puede capturar ese segundo en que una<br />

microexpresión nos delata. Con Putin<br />

lo podemos ver cuando se enfrentó a la<br />

pregunta sobre si considera que le cabe<br />

el término de zar. Para otro ejemplo con<br />

gran repercusión mediática recordemos<br />

las dudas en la cara de Justin Trudeau<br />

en la foto previa a su apretón de manos<br />

con Donald J. Trump. ¡Y ni que hablar<br />

de toda la secuencia popularmente titulada<br />

“nadie está a salvo de que el primer<br />

les. Sin embargo, hasta no hace tanto su<br />

uso estaba limitado a las interacciones<br />

cara a cara y, por lo tanto, los políticos podían<br />

muchas veces escapar a este tipo de<br />

escrutinio. Hoy en día, en cambio, cada<br />

acción, gesto y palabra de un político<br />

es registrada en foto y video y, además,<br />

compartido al instante. Así, por ejemplo,<br />

podemos encontrar en segundos varios<br />

análisis sobre un apretón de manos entre<br />

Barack Obama y Vladimir Putin y,<br />

por si nuestra desconfianza alcanza también<br />

a los analistas, el video desde varios<br />

ángulos para estudiarlo nosotros mismos.<br />

¿Cuánto es, entonces, lo que podemos<br />

aprender de los gestos?<br />

Si alguno vio la serie Lie to me recordará,<br />

no solo cómo el doctor Cal Lightman y<br />

su equipo podían detectar las mentiras<br />

hasta en el discurso del más hábil de los<br />

mentirosos, sino también los montajes<br />

que ilustraban momentos de la serie con<br />

fotos de gente famosa, principalmente<br />

políticos, usando los mismos gestos<br />

delatores. Lo que quizás no todos sepan<br />

es que la serie se basa en el trabajo de<br />

Paul Ekman y su equipo. Según sus<br />

investigaciones, publicadas en libros<br />

como Desenmascarando el rostro, existen<br />

ciertas “microexpresiones” faciales de<br />

carácter universal que pueden utilizarse<br />

para detectar las mentiras. Las microexministro<br />

le robe la chica” que lo tiene<br />

como protagonista!<br />

Sin embargo, vale la pena preguntarnos<br />

si el interés por los gestos se basa solo en<br />

un interés por la verdad y, lo que es más,<br />

si la sinceridad sigue siendo (o alguna vez<br />

fue) un atributo que valoremos en un político.<br />

Una posible respuesta se encuentra<br />

en el artículo sobre el mundo “Post<br />

Verdad” publicado el año pasado en The<br />

Economist. Según el artículo, si bien la<br />

deshonestidad no es nueva en la política,<br />

la forma en que muchos políticos hoy<br />

usan la mentira parece serlo. Tomando<br />

como ejemplo a Trump, sus acusaciones<br />

infundadas y su uso extendido de la<br />

expresión “la gente está diciendo que”,<br />

señala que al hablar muchos políticos no<br />

parecen preocuparse por la verdad sino<br />

solo por conseguir votos. La contrapartida<br />

sería que la gente no busca la verdad<br />

sino que acepta la información a la que<br />

está expuesta, pensando que la información<br />

familiar es correcta y eligiendo<br />

datos que respalden sus opiniones. A esta<br />

tendencia, además, se le habrían sumado<br />

recientemente otros dos factores. El<br />

primero es un continuo cuestionamiento<br />

y denigración a la comunidad científica<br />

y el segundo la selección homofílica en<br />

las redes sociales por la cual gente que<br />

piensa similar tiende a agruparse. Este<br />

comportamiento, asimismo, se ve ayudado<br />

por lo que el activista Eli Pariser ha<br />

denominado el “filtro burbuja” derivado<br />

del hecho de que Google, Facebook y<br />

compañía nos ofrecen resultados personalizados<br />

que pueden mantenernos lejos<br />

de visiones que nos contradigan. Como<br />

consecuencia, y aunque contemos con<br />

más información que nunca, no parece<br />

que tengamos incentivos para ocupar<br />

nuestro tiempo en buscar la verdad. Para<br />

peor, un estudio publicado por la Sociedad<br />

Real británica muestra que el hecho<br />

de tener información que desmienta a<br />

un político puede hacernos cambiar de<br />

opinión sobre el hecho pero no afecta<br />

nuestra opinión sobre el candidato o<br />

nuestra probabilidad de votarlo. ¿Será,<br />

entonces, que adonde vamos no necesitamos<br />

la verdad?<br />

*Magister en Ciencia Política (UBA-UTDT).<br />

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