La sirena varada: Año 1, Número 1
El primer número de La sirena varada: Revista literaria bimestral.
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un café y un buen libro para pasar el día.<br />
Me fumaba un cigarro después de la comida<br />
y otro al terminar mis lecturas.<br />
<strong>La</strong>s tardes en el café y los domingos<br />
encerrado en mi cuarto eran mi mayor<br />
deleite. <strong>La</strong>s mujeres llegaban y se retiraban.<br />
Ninguna logró permanecer lo<br />
suficiente para extrañarla. Sin amigos,<br />
iba de la oficina a la casa y de la casa<br />
a la oficina.<br />
El café se hizo ruidoso e intolerable.<br />
Prefería vagar por los callejones en busca<br />
de silencios. Los anduve de un lado a<br />
otro, todas las noches, sin faltar una sola,<br />
de ida y vuelta, siempre la misma ruta.<br />
Animal de costumbres, amoldé las<br />
baldosas a mis pasos y mis pasos a los<br />
ecos de la noche, hasta que una noche<br />
alguien caminó detrás de mí, copiándome<br />
los pasos. Era la misma mujer de<br />
mi infancia y adolescencia.<br />
—¿Por qué lloras?<br />
—Estoy muy sola.<br />
—¿Por qué? —pregunté y me quedé<br />
esperando la respuesta.<br />
<strong>La</strong> socorrí y pasó la noche en un sillón<br />
de la casa. No era fácil posponer<br />
una lectura, pero era bueno tener con<br />
quien conversar.<br />
—Sólo voy a escuchar, lo que usted<br />
quiera contarme.<br />
Guardó silencio y sólo pude observarla.<br />
Parecía añosa. Era apenas una<br />
mujer madura, venida a menos. <strong>La</strong> reconocí,<br />
pese a las huellas de la miseria<br />
que deformaban su rostro. Temblaba.<br />
Busqué un abrigo que no usaba y cuando<br />
regresé el sillón estaba vacío. Cerré<br />
la ventana, aseguré la puerta, apagué<br />
la luz y volví a guardar el viejo abrigo.<br />
El día de mi jubilación compré una<br />
botella de vino, cigarros y un queso<br />
maduro. Celebré la culminación de<br />
mi proyecto, tal como lo había concebido<br />
y esa noche leí, bebí y fumé hasta<br />
quedar completamente satisfecho<br />
y ebrio.<br />
Por la mañana salí a leer los periódicos<br />
en el estanquillo de la esquina.<br />
Mi amigo me dejaba hojearlos con la<br />
condición de devolverlos sin arrugas ni<br />
hojas descompuestas. Leí el obituario y<br />
las esquelas que durante años yo mismo<br />
envié a los periódicos.<br />
Después fui al jardín a ver pasar la<br />
vida. En las tardes me encerraba con<br />
mis lecturas. Esa era mi vida. Cada día<br />
treinta acudía al banco a cobrar una<br />
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