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La sirena varada: Año 1, Número 1

El primer número de La sirena varada: Revista literaria bimestral.

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pez grande, con la boca abierta, los<br />

persiguiera, sintió el peligro, intuyó al<br />

monstruo que dormía a su lado, las<br />

frías escamas que palpitaban bajo su<br />

piel rosada, cálida y delicada; comenzó<br />

a resistirse al indomable mundo salvaje<br />

de los sentidos al que había sido<br />

arrastrado y del que ella misma había<br />

intentado huir pero al que su naturaleza<br />

la condenaba sin remedio.<br />

Era una noche oscura, sin luna, nadie<br />

la vería partir. El acantilado en el<br />

que Noel la encontró era un lugar suficientemente<br />

apartado y solitario. Hubiera<br />

sido más fácil y sosegado la playa,<br />

entrar caminando en el agua y después<br />

sumergirse, pero siempre había albergado<br />

la fantasía de dar el salto, penetrar<br />

de golpe en las aguas y no tener<br />

tiempo de mirar atrás. Se desnudó, doblo<br />

su ropa, no la necesitaría allí a donde<br />

iba y la dejó entre las rocas, aquel<br />

sería el primer lugar en el que Noel la<br />

buscaría cuando le extrañara su ausencia,<br />

allí la encontraría y comprendería<br />

que se había marchado para siempre.<br />

Sería su carta de despedida.<br />

Se acercó hasta al mismo borde del<br />

precipicio, y aunque el viento húmedo<br />

y salado la empujaba tierra a dentro,<br />

dio los primeros pasos hacia delante.<br />

Se paró unos segundos, volvió la cabeza<br />

para ver por última vez el mundo<br />

que dejaba detrás. <strong>La</strong>s luces de una<br />

ciudad pululaban en la oscuridad. Miró<br />

el cielo lleno de estrellas y admiró, una<br />

vez más, su belleza. El ruido de las olas<br />

abajo, chocando con las rocas, la llamaba<br />

y sus ojos, que comenzaban a<br />

adaptarse a la oscuridad, podían distinguir<br />

los saltos y escuchar las voces<br />

de las criaturas marinas que habían<br />

venido a recibirla y que la acompañarían<br />

de vuelta. A la mañana siguiente<br />

los habitantes de las casas cercanas<br />

hablarían de los sonidos extraños que<br />

provenían del mar. Pero antes de decidirse<br />

a saltar, dio un paso atrás, se<br />

había contaminado de algunas emociones<br />

humanas como el miedo, el instinto<br />

de huida ante una posible muerte,<br />

y el vértigo cosquilleó en sus entrañas.<br />

Su pie derecho sobresalió hacia el abismo,<br />

nada lo sostenía, el corazón palpitaba<br />

con fuerza y los ojos se llenaron de<br />

lágrimas ¿lágrimas? Eran saladas como<br />

el agua del mar, se extrañó. Pronunció<br />

su nombre «Noel» y sonó dulce.<br />

Entre sus dedos surgieron delicadas<br />

membranas que acarició recordando<br />

su tacto suave. <strong>La</strong> metamorfosis había<br />

comenzado. Su fina y rosada piel comenzó<br />

a llenarse de escamas azuladas<br />

que la traspasaban con dolor, en sus<br />

ojos crecía una amarillenta membrana<br />

impermeable que le permitiría mantener<br />

los ojos abiertos dentro del agua y<br />

ver en la oscuridad, su cabello suave y<br />

largo, en unos segundos, no sería más<br />

que una aleta espinosa. Contuvo la<br />

respiración casi hasta desfallecer para<br />

que las branquias ocultas detrás de sus<br />

orejas se abrieran como abanicos para<br />

proporcionarle el oxígeno tan ansiado.<br />

<strong>La</strong> separación de sus piernas comenzó<br />

a difuminarse.<br />

Tocó su vientre, allí guardaba el tesoro<br />

que había venido a buscar, allí adentro,<br />

dormidos, palpitaban los óvulos<br />

fecundados que desovaría en algún rincón<br />

oscuro del fondo del mar. Oyó voces<br />

a lo lejos. Tenía que darse prisa. Saltó.<br />

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