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La sirena varada: Año 1, Número 1

El primer número de La sirena varada: Revista literaria bimestral.

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el muelle mientras la luz de la luna la<br />

escoltaba a la salida.<br />

Levanté la jeringa y mire de nueva<br />

cuenta la fotografía. Ver a mi princesa<br />

atada a ese árbol me provocó una<br />

enorme tristeza que se convertía en<br />

rabia. De pronto unos truenos amenazantes<br />

aparecieron en el cielo raso y<br />

me di cuenta de lo mucho que estaba<br />

perdiendo el tiempo. Miré el croquis y<br />

me percaté de que se trataba del parque<br />

que se encontraba cerca de la salida<br />

hacia el muelle. Vi los dígitos y miré<br />

mi reloj. Mi mente no lo había visto,<br />

no lo había asimilado en el momento.<br />

Mi hija había sido envenenada y<br />

tenía el antídoto. Corrí hacia la salida<br />

del muelle y la garza volvió a graznar,<br />

pero esta vez levantó el vuelo y tomó<br />

a su presa con una astucia admirable.<br />

—Yo no seré ese pez —me dije mientras<br />

corría y la lluvia golpeaba mi cara.<br />

Llegué al parque en seis minutos. Ya<br />

solo me quedaban dos para suministrarle<br />

el antídoto a mi princesa. Entre<br />

al parque y comencé a buscar el árbol<br />

de la imagen. Un trueno cayó cerca de<br />

un claro y por unos segundos iluminó<br />

la copa de un imponente árbol a la<br />

distancia. Algo me decía que esa era<br />

ahí. Corrí con toda mi energía hacia<br />

ese lugar. Esperaba abrazara mi hija y<br />

suministrarle el antídoto lo más rápido<br />

posible pero… había algo ahí que<br />

no me esperaba. En el tronco del árbol<br />

había un esqueleto amarrado. <strong>La</strong> carne<br />

putrefacta aún estaba adherida a los<br />

huesos. Un trueno cayó y aluzó los jirones<br />

de ropa que portaba en vida. Vi<br />

algo conocido, un trozo de tela de un<br />

vestido floreado que mi hija se ponía<br />

con frecuencia, el trozo se encontraba<br />

adherido al fémur del esqueleto. Me<br />

hinqué y lancé un grito al cielo lluvioso.<br />

Mi cobardía y mi impuntualidad al<br />

fin habían creado estragos mortales.<br />

Jamás creí que mi egoísmo me llevaría<br />

a esto. Fui devorado como la garza<br />

al pez. En un acto de rabia hice añicos<br />

la fotografía y me pique con la jeringa.<br />

En mis brazos y en mi cuerpo. Deseaba<br />

morir. Ya no quería vivir. <strong>La</strong> razón de<br />

mi existencia había desaparecido y mi<br />

paso por la tierra había llegado a su fin.<br />

Y así fue.<br />

Mi vista comenzó a nublarse. Mis<br />

huesos comenzaron a dolerme. Mi piel<br />

empezó a arder. Mi cabeza ejercía una<br />

presión sobrenatural. Mi nariz comenzó<br />

a sangrar junto con mis oídos… Y en<br />

medio de aquellos árboles, frente al<br />

esqueleto de mi hija, me tiré a la hierba<br />

crecida y la lluvia aliviaba mi dolor<br />

emocional. Una sombra se presentó en<br />

mi visión y por la forma de su cabeza<br />

enseguida determiné su paradero. Era<br />

José Montoya «El herrero» quien reía<br />

entre dientes mientras me veía morir.<br />

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