MOSCÚ Opuesto, desde el extremo superior izquierdo Consolas de control y Olga Arkharova en el Bunker 42; un tren llega a la estación de metro Maryna Roschcha ACÁ ESTÁN: EL MILITARISMO, LA SOLIDEZ, LO KITSCH, LA ESTÉTICA UNIFORMADA QUE LE DIERON FORMA A UN CONTINENTE Es un sofocante día de agosto en Moscú. En la calle, las moscovitas avanzan en shorts, pantalones de lino y mínimos vestidos de verano. Sin embargo, en otro mundo oscuro bajo sus sandalias y zapatos de taco alto, la temperatura se mantiene en 18°C y el silencio subterráneo se ve interrumpido por un ruido a agua. “Cuidado con los pies”, dice Olga Arkharova, mientras cruza sobre un arroyo subterráneo. Aquí, a unos 65 metros bajo las calles bañadas de sol de Moscú, hay un bunker de comunicaciones en desuso. Como una fría cueva de murciélagos de la Guerra Fría, solamente se podía acceder al mismo por medio de un ascensor reforzado oculto tras el frente falso de un edificio aparentemente común y corriente. Sus trabajadores, que juraban confidencialidad, podrían haber sobrevivido allí abajo durante tres meses en el caso de un ataque nuclear. Desde 2007, el espacio de 7.000 m2 se ha convertido en un museo. “Esto no es simplemente parte de la historia rusa”, dice Olga, la directora del museo. “Es parte de la historia mundial. Muestra lo cerca que estuvimos de una guerra nuclear”. El sonido del subterráneo se percibe a través de las paredes del bunker. En la superficie, Moscú ha cambiado tanto que es difícil reconocerla, pero en el Bunker 42, todavía se huele otra era. Los teléfonos a disco son aparatosos, los ascensores y los carteles de advertencia se ven descuidados. Acá están: el militarismo, la solidez, lo kitsch, la extraña estética uniformada que le dieron forma a un continente. Acá, por lo menos, los restos de la URSS están intactos. Hay una generación que se vuelve adulta y que no tiene recuerdos de la Unión Soviética: su amenaza, sus ineficiencias, su idealismo. Y aún así la URSS fue indudablemente una entidad definitoria del siglo XX. El extraño imperio rojo que desapareció hace 20 años, entre otras cosas tenía su propio aroma. Los cigarrillos soviéticos, baratos con filtros de cartón llamados “papirosa” perfumaban las salas de arribos en los aeropuertos de Moscú y se extendían por toda la ciudad. Ahora han desaparecido, como muchas otras cosas de la URSS. Hoy en día Moscú es muchas cosas – una ciudad testigo del boom del gas y el petróleo, un tráfico de pesadilla, un centro de arte y moda – pero también es un recuerdo no intencionado de la URSS. Cada etapa de la historia de la Unión Soviética está preservada en la arquitectura de la ciudad: experimentos de diseño modernista en los primeros años de la Revolución Rusa, los monumentos imperiales de los años de Stalin, anodinos bloques edilicios de los años de estancamiento. Visitarla es encontrar la historia de este país desaparecido. Entre las estructuras más atractivas de Moscú se encuentran aquellas encargadas por el mismo Stalin. Su legado para la ciudad incluye las estaciones del Metro de Moscú sorprendentemente decoradas y los siete rascacielos – las “Siete Hermanas” – que rodean la ciudad como en forma de anillo, un increíble conjunto de columnas y detalles góticos. Hay algo tenebroso en los rascacielos de Stalin – su poderío y grandeza parecen transmitir una amenaza implícita. Esta es la arquitectura de la conquista. MAP ILLUSTRATION: STUART KOLOKOVIC 40 <strong>Junio</strong> <strong>2018</strong>
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