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LA GUERRA DE LAS MUJERES

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

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Canolles sintió aquel cuerpo delicado deslizarse sobre el enlosado y caer<br />

de rodillas.<br />

Su pecho se dilató, en la voz que suplicaba había un acento que le hizo<br />

comprender que estaba ya su adversario medio rendido.<br />

Dio, pues, un paso más, extendió las manos, y tocó, juntas en ademán de<br />

súplica, las del joven, que no teniendo ya ni aun fuerza para lanzar un grito,<br />

dejó sentir un suspiro casi doloroso.<br />

De pronto se oyó bajo la ventana el galope de un caballo, y no tardaron en<br />

oírse golpes precipitados a la puerta de la posada. Estos golpes fueron<br />

seguidos de gritos y rumores, repitiéndose alternativamente las voces y los<br />

golpes.<br />

—¿El señor barón de Canolles? —gritaba la voz.<br />

—¡Oh! ¡Gracias, Dios mío!, me he salvado —murmuró el joven.<br />

—¡Mal tabardillo contra ese animal! —dijo Canolles.<br />

—¿No podía venir mañana por la mañana?<br />

—¡El señor barón de Canolles! —gritaba la voz—, ¡el señor barón de<br />

Canolles!, es necesario que le hable ahora mismo.<br />

—Veamos, ¿qué hay? —preguntó el barón, dando un paso atrás.<br />

—Señor, señor —dijo Castorín a la puerta—, preguntan por vos… se os<br />

busca.<br />

—¿Pero quién? ¡Canalla!<br />

—Un correo.<br />

—¿De parte de quién?<br />

—De parte del señor duque de Epernón. —¿Y qué me quiere?<br />

—Asunto del real servicio.<br />

A esta palabra mágica, que era preciso obedecer, abrió Canolles la puerta<br />

renegando, y bajó la escalera.<br />

En este momento se oía roncar a Pompeyo.<br />

El correo había ya entrado, y esperaba en una sala baja, Canolles fue a<br />

buscarle, y leyó palideciendo la carta de Nanón; este correo había partido<br />

cerca de diez horas después de Canolles, y no había podido darle alcance, a<br />

pesar de toda su diligencia, hasta la segunda parada.<br />

Algunas preguntas satisfechas por el mensajero no le dejaron duda a<br />

Canolles de la necesidad de hacer con prontitud el encargo que se le cometía.

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