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LA GUERRA DE LAS MUJERES

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

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El vizconde miró a Canolles con una visible desconfianza, y pareció algo<br />

embarazado para responderle.<br />

—Por mi honor —dijo Canolles riendo—, podría decirse que os meto<br />

miedo. ¿Sois acaso caballero de Malta? ¿Se os destina para la iglesia, o<br />

vuestra respetable familia os ha educado inspirándoos horror hacia los<br />

Canolles?…<br />

—¡Vamos, pardiez! No tengáis cuidado, que no perderéis porque pasemos<br />

juntos una hora a la mesa, el uno enfrente del otro.<br />

—Me es imposible bajar a vuestra habitación, barón.<br />

—Pues bien, no bajéis. Y ya que yo he subido a la vuestra…<br />

—Aun es más imposible, caballero; espero a un sujeto.<br />

Esta vez quedó del todo desarmado Canolles.<br />

—¡Ah! ¿Esperáis a un sujeto?<br />

—Sí.<br />

—A fe mía —dijo Canolles después de un momento de silencio—, casi era<br />

más de apreciar que me hubieseis dejado continuar mi camino a riesgo de<br />

cuanto pudiera sucederme, que no ver así desvanecerse por medio de esa<br />

repugnancia que me manifestáis, un servicio que he recibido de vos, y que me<br />

parece no haberos remunerado suficientemente aún.<br />

Encendióse el rostro del joven, y acercándose a Canolles le dijo con voz<br />

temblorosa:<br />

—Perdonad, caballero, conozco toda mi falta de atención; pero si no me<br />

fuera indispensable tener que tratar de asuntos gravemente serios e<br />

importantes de familia con la persona que espero, creed que sería para mí un<br />

honor y un placer a la vez admitir el partido, aunque…<br />

—¡Oh! Acabad —dijo Canolles—; cualquier cosa que me digáis la recibiré<br />

bien, estoy decidido a no enfadarme con vos por nada del mundo.<br />

El joven continuó:<br />

—Aunque nuestro conocimiento sea sólo uno de esos efectos imprevistos<br />

de la casualidad, uno de esos encuentros fortuitos, una de esas relaciones<br />

efímeras…<br />

—¿Y por qué ha de ser eso? —preguntó Canolles…<br />

—Por el contrario, de este modo es como se forman las largas y sinceras<br />

amistades; y en mi sentir debemos considerar como un favor de la Providencia<br />

lo que sólo atribuís a la casualidad.

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