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LA GUERRA DE LAS MUJERES

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

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—¿Qué?<br />

—Prometerme otras cien pistolas para después de terminada la comisión.<br />

Nanón se encogió de hombros, y dijo:<br />

—Negocio concluido.<br />

—Está bien. No quiero exigirte un juramento, pues me basta tu palabra.<br />

Por consiguiente, no hablemos más; cien pistolas a la persona que te entregue<br />

de mi parte el recibo del señor de Canolles.<br />

—Sí; pero hablas de un tercero. ¿Tratas acaso de no volver?<br />

—¡Quién sabe! A mí también me llama un negocio a las inmediaciones de<br />

París.<br />

—¡Ah! —dijo Cauviñac—, no está eso muy en el orden; pero no importa,<br />

querida, la mano; sin rencor, eso sí.<br />

—Sin rencor; pero a caballo.<br />

—A caballo, sí, ahora mismo, el tiempo necesario para beber el trago de<br />

despedida.<br />

Cauviñac echó en su copa el resto de la botella de Chambertín, saludó a su<br />

hermana con una cortesía llena de gracia, y montando a caballo, al cabo de un<br />

instante desapareció entre una nube de polvo.<br />

VII<br />

A un miedoso otro mayor<br />

Empezábase a ver la luna por Oriente, cuando el vizconde, acompañado<br />

del fiel Pompeyo, salió del parador de Maese Biscarrós, emprendiendo el<br />

camino de París.<br />

Habrían andado próximamente una legua y media, durante la cual el<br />

vizconde se entregó todo a sus reflexiones, cuando se volvió a su escudero,<br />

que iba gravemente arrellanando en su silla a tres pasos de distancia detrás del<br />

caballo de su amo.<br />

—Pompeyo —preguntó el joven—, ¿tenéis por casualidad mi guante de la<br />

mano derecha?<br />

—Que yo sepa, no, señor —contestó Pompeyo.<br />

—¿Qué hacéis con vuestra maleta?

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