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LA GUERRA DE LAS MUJERES

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

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frente; porque sin oír lo bastante para comprender la conversación, oía lo<br />

suficiente para adivinar que su honor estaba comprometido. Además, los ojos<br />

chispeantes del señor de Epernón y de la reina no le prometían nada bueno; y<br />

por muy valiente que fuese el gobernador de Vayres, esta doble amenaza no<br />

dejaba de inquietarle, aunque fuese imposible adivinar sobre su semblante,<br />

armado de una calma despreciativa, lo que pasaba en su corazón.<br />

—Es necesario que se le juzgue —dijo la reina—. Reunamos un consejo de<br />

guerra, vos le presidiréis, señor duque de Epernón. Elegid vuestros asesores y<br />

despachemos pronto.<br />

—Señora —dijo Richón—, no hay consejo que reunir ni juicio que formar.<br />

Yo soy prisionero bajo la palabra del señor mariscal de La Meilleraye, soy<br />

prisionero voluntario, y la prueba es que he podido salir de Vayres con mis<br />

soldados; que podía haber huido antes o después de su salida, y no lo he<br />

hecho.<br />

—No entiendo nada de negocios —contestó la reina levantándose para<br />

pasar a una sala inmediata—. Si tenéis buenas razones, las podéis hacer valer<br />

delante de vuestros jueces. ¿No estaréis bien aquí para presidir, señor duque?<br />

—Sí, señora —contestó éste.<br />

Y eligiendo al instante doce oficiales en la antesala, constituyó el tribunal.<br />

Richón empezaba a comprender. Los jueces improvisados tomaron sus<br />

asientos; después de lo cual el relator le preguntó su nombre, apellido y<br />

calidad.<br />

Richón contestó a estas tres preguntas.<br />

—Se os acusa de alta traición por haber disparado contra las tropas del rey<br />

—dijo el relator—. ¿Confesáis haberos rendido culpable de este crimen?<br />

—No debo negar lo que es cierto. Sí, señor, yo he disparado contra las<br />

tropas reales.<br />

—¿En virtud de qué derecho?<br />

—En virtud del derecho de la guerra, en virtud del mismo derecho que en<br />

igual circunstancia han invocado el señor de Conti, el señor de Beaufort, el<br />

señor de Elbeuf y otros muchos.<br />

—Este derecho no existe, caballero, porque ese derecho no es otra cosa<br />

que la rebelión.<br />

—Sin embargo, en virtud de ese derecho ha celebrado mi teniente una<br />

capitulación, capitulación que invoco.<br />

—¡Capitulación! —exclamó el duque con ironía, porque sospechaba que la

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