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LA GUERRA DE LAS MUJERES

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

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atribuciones de vuestro cargo, una vez que habréis recibido de Su Majestad la<br />

reina la orden de no perderme de vista.<br />

Una nube de sofocante alegría cegaba al barón y le envolvía con esos<br />

vapores que en otros tiempos transportaba al cielo a los antiguos dioses.<br />

Dejóse conducir sin oposición y sin voluntad casi; pues estaba trastornado,<br />

ebrio, loco. Bien pronto en medio de un delicioso bosque, y por entre calles<br />

misteriosas, cuyos pimpollos caían flotantes sobre su frente desnuda, abrió los<br />

ojos a la realidad, estaba de pie, mudo, con el corazón comprimido por un<br />

goce casi tan punzante como el dolor, caminando con su mano enlazada a la de<br />

la vizcondesa, que iba tan pálida, tan muda, y seguramente tan dichosa como<br />

él.<br />

Pompeyo les seguía a una respetuosa distancia, bastante cerca para verlo<br />

todo, bastante lejos para no oír nada.<br />

XIV<br />

La despedida<br />

Llegó el término de este día de hechizos, como sucede siempre al fin de un<br />

sueño, las horas habían pasado como segundos para el dichoso caballero, y no<br />

obstante, le parecía reunir en éste sólo día suficientes recuerdos, para tres<br />

existencias ordinarias. Cada una de las calles del parque había sido<br />

enriquecida por una palabra, por un recuerdo de la señora de Cambes; una<br />

mirada, un gesto, un dedo colocado sobre los labios, todo tenía un<br />

significado… Al entrar en la barca le había apretado la mano; al subir por la<br />

ribera, se había apoyado en su brazo; al bordear el muro del parque, se había<br />

sentado por sentirse fatigada; y en cada una de estas ilusiones, que como<br />

relámpagos habían pasado ante los ojos del barón, había quedado presente en<br />

su memoria el paisaje iluminado por un resplandor fantástico, no sólo en todo<br />

su conjunto, sino hasta en sus más pequeños pormenores.<br />

Canolles no debía separarse de la señora de Cambes durante el día;<br />

mientras el desayuno le convidó a comer, y durante la comida a cenar.<br />

En medio de todo el boato que la fingida princesa debió emplear para<br />

recibir al enviado del rey, distinguió el barón las dulces atenciones de la mujer<br />

apasionada, y olvidó los criados, la etiqueta, el mundo; olvidó hasta la<br />

promesa que de retirarse había dado, y se creyó establecido por una eternidad<br />

venturosa en aquel paraíso terrenal, donde él sería Adán, y Eva la señora de<br />

Cambes.<br />

Pero cuando llegó la noche, y a su vez se terminó la cena, como habían

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