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LA GUERRA DE LAS MUJERES

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

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más cruda guerra. La reina os hubiera enviado soldados que combatir; Nanón<br />

os mandará enemigos que será preciso derrocar.<br />

—¿Acaso en el puesto de Su Alteza —dijo agriamente la de Tourville—, la<br />

habríais recibido con sumisión?<br />

—No, señora —respondió Lenet—; yo la hubiera recibido riendo, y la<br />

habría comprado.<br />

—Pues bien; si sólo se trata de comprarla, todavía es tiempo.<br />

—Sin duda, todavía es tiempo; sólo que a estas horas sería demasiado cara<br />

para nuestro bolsillo.<br />

—¿Cuánto vale? —preguntó la princesa.<br />

—Cinco mil libras antes de la guerra.<br />

—¿Y hoy?<br />

—Un millón.<br />

—Por ese precio compraría a Mazarino.<br />

—Tal vez —contestó Lenet—; cuando las cosas han sido ya vendidas y<br />

revendidas, bajan de precio.<br />

Pero la de Tourville, que estaba siempre por los medios violentos, dijo:<br />

—¡Lo que no puede comprarse, se toma!<br />

—Prestaríais, señora, un señalado servicio a Su Alteza llegando a ese fin;<br />

pero será difícil conseguirlo, atendido que se ignora absolutamente su<br />

paradero. —Pero no pensemos en eso; entremos antes en Burdeos, y después<br />

ya entraremos en San Jorge.<br />

—No, no —exclamó la vizcondesa—; no, entremos antes en la isla de San<br />

Jorge.<br />

Esta exclamación, nacida del fondo del corazón de Clara, hizo que las otras<br />

dos señoras se volviesen hacia ella, mientras que Lenet la miraba con tanta<br />

atención, como habría podido hacerlo el duque de Larochefoucault, aunque<br />

con más benevolencia.<br />

—¿Estás loca? —dijo la princesa—. ¿No has oído a Lenet decir que esta<br />

plaza no se puede tomar?<br />

—Puede ser —repuso la vizcondesa—; pero yo creo que la tomaremos.<br />

—¿Tenéis algún plan? —dijo la de Tourville con el acento de una mujer<br />

que teme ver alzarse altar contra altar.<br />

—Tal vez —contestó Clara.

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