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LA GUERRA DE LAS MUJERES

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

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Canolles era, le inquietaba poco. Una vez puesto en libertad el barón, le diría<br />

que era su amante, lo repetiría en alta voz y delante de todo el mundo.<br />

A esta altura estaban las cosas, cuando entró el mensajero de la reina.<br />

—¿Veis? —dijo el duque—. Esto viene muy a tiempo, querida Nanón; voy<br />

a casa de Su Majestad y llevaré el cartel de canje.<br />

—¿De suerte que mi hermano estará aquí?<br />

—Tal vez mañana —dijo el duque.<br />

—Id, pues —dijo Nanón—, y no perdáis un instante. ¡Oh! Mañana,<br />

mañana —añadió levantando los brazos al cielo con una expresión admirable<br />

de súplica—. Mañana, ¡Dios lo quiera!<br />

—¡Oh, qué corazón! —murmuró el duque de Epernón al salir. Cuando el<br />

señor de Epernón entró en la sala de la reina, Ana de Austria, inflamada de<br />

cólera, se mordía sus gruesos labios, que eran la admiración de la corte,<br />

justamente porque eran el punto defectuoso de su semblante.<br />

Así, pues, el duque de Epernón, hombre galante y habituado a la sonrisa de<br />

los demás, fue recibido como Burdelés sublevado. El señor de Epernón miró a<br />

la reina con admiración, ella no había contestado a su saludo, y con las cejas<br />

fruncidas le miraba con toda la altivez de su majestad real.<br />

—¡Ah, ah! ¿Sois vos, señor duque? —le dijo al cabo, después de un<br />

momento de silencio—. Venid acá, quiero cumplimentaros por la manera que<br />

tenéis de elegir los empleos de vuestro mando.<br />

—¿Qué he hecho, pues, señora? —preguntó el duque sorprendido—. ¿Qué<br />

ha ocurrido?<br />

—Ha ocurrido, que habéis nombrado gobernador de Vayres a un hombre<br />

que se ha atrevido a disparar el cañón contra el rey. Nada más.<br />

—¡Yo señora! —dijo el duque—. Pero ciertamente, Vuestra Majestad se<br />

halla en algún error. Yo no he nombrado al gobernador de Vayres… a lo<br />

menos que yo sepa.<br />

El duque se contenía, porque su conciencia le reprochaba de no expedir él<br />

solo los nombramientos.<br />

—¡Ah! ¡Eso es nuevo! —contestó la reina—. ¿El señor Richón, no ha sido<br />

nombrado por vos, tal vez?<br />

Y marcó estas últimas palabras con una profunda malicia.<br />

El señor de Epernón, conociendo el talento de Nanón para distribuir<br />

empleos a los hombres, tardó poco en tranquilizarse.

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