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LA GUERRA DE LAS MUJERES

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

A la acción, intriga y rapidez descriptiva se suma el amor, con su inevitable acompañamiento de celos y rivalidad femenina, pues las dos protagonistas de esta excelente novela se enamorarán del mismo hombre. Dumas recrea una estampa de la guerra de La Fronda, con dos personajes que quieren ser los equivalentes femeninos de sus célebres mosqueteros: la astuta y encendida amante del duque Epernón, Nanón de Lartigues, y la rubia y valerosa Claire de Cambes.

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—Ahora —dijo—, si hay más partidarios del rey aquí, que hablen, y se les<br />

hará salir por el camino que ya saben.<br />

Un centenar de hombres exclamaron:<br />

—¡Sí, sí! ¡Nosotros somos partidarios del rey, y queremos salir!…<br />

—¡Ah, ah! —dijo Richón, conociendo que no era una opinión parcial, sino<br />

una resolución general la que se efectuaba—. ¡Ah! Esto es otra cosa; yo creí<br />

no tener que habérmelas más que con un revoltoso, y veo que me rodean<br />

quinientos cobardes.<br />

Richón hacía mal en acusar a la generalidad. Un centenar de hombres<br />

habían hablado solamente, los demás guardaban silencio; pero el resto,<br />

comprendido en la acusación de cobardía, murmuró a la vez.<br />

—Veamos —dijo Richón—, no hablemos todos a la vez. Que un oficial, si<br />

hay alguno que consienta en faltar a su juramento, hable por todos, juro que el<br />

que sea, podrá hacerlo impunemente.<br />

Ferguzón dio entonces un paso al frente de las filas, y saludando a su<br />

comandante con una política extremada, dijo:<br />

—Comandante, habéis oído el voto de la guarnición. Vos combatís contra<br />

Su Majestad nuestro rey, ahora bien, la mayor parte de nosotros no habíamos<br />

sido prevenidos de que se nos alistaba para hacer la guerra a semejante<br />

enemigo. Uno de los bravos que están presentes, violentando de este modo en<br />

sus opiniones, hubiera podido en medio del asalto equivocar la dirección de su<br />

mosquete y depositaros una bala en la cabeza; pero somos verdaderos<br />

soldados, y no cobardes, como habéis tenido la franqueza de llamarnos. Ésta<br />

es la opinión de mis compañeros y la mía, que os exponemos respetuosamente.<br />

Entregadnos al rey, o nos pasaremos nosotros mismos.<br />

Este discurso fue recibido con un hurra universal, que probaba que la<br />

opinión depuesta por el teniente era, si no la de toda la guarnición, al menos la<br />

de la mayoría.<br />

Richón conoció que estaba perdido.<br />

—Yo no puedo defenderme solo —dijo éste—, y no quiero entregarme. Ya<br />

que mis soldados me abandonan, que trate cualquiera por ellos, como pueda y<br />

como le escuchen; pero ese cualquiera no seré yo. Con tal que salven la vida<br />

los pocos bravos que me han permanecido fieles, si son algunos, estoy<br />

contento. Veamos, ¿quién será el negociador?<br />

—Yo, mi comandante, dado caso que lo tengáis a bien y que mis<br />

compañeros me honren con su confianza.<br />

—¡Sí, sí, el teniente Ferguzón, el teniente Ferguzón! —gritaron quinientas

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